Pasar al contenido principal

Carlos Raúl Hernández

Las puertas del infierno

Carlos Raúl Hernández

Un asombroso récord difícilmente superable. Los mayores empobrecimiento, inflación, devaluación, contracción en el siglo XXI, son los de Venezuela después de casi 20 años de revolución, sin que hagan nada para corregir dramas como esos, que ya pertenecen más bien a la arqueología económica. Cada varios meses, los responsables del caos deciden exactamente lo mismo que la vez anterior, ratifican sus excéntricos errores (control de precios, control de cambios, estatización, aumento del gasto, aumentos nominales de sueldos, despilfarro, impresión de moneda inorgánica) con una abulia tan monumental que asombra al mundo civilizado. ¿Cómo puede concebirse que enfermedades extinguidas cuyo tratamiento no requiere médicos sino apenas enfermeros de la economía, hagan naufragar una nación petrolera con reservas de crudo para trescientos años?

Es el equivalente a que los niños se mueran de gastroenteritis, difteria o cólera, en un nuevo Haití ahogado en petróleo, aunque Ud. no lo crea. Un Midas muerto de hambre que rompe las fronteras de la imaginación, con ingresos suficientes para que Venezuela sea, como lo fue, un país próspero. Los países que enfrentan grandes desgracias sociopolíticas y la posibilidad de disolución, la inminencia de convertirse en fallidos, aún en las puertas del infierno sus conductores pueden elegir y cambiar el destino. Una parte de ellos optan por la condenación, se colocan las monedas en los ojos y se acuestan en la barcaza para atravesar el río. Luego de leer el letrero que dice “quien llegue hasta aquí olvide toda esperanza”, entran en la noche eterna. Los que perseveran en la desgracia, deciden que no pueden convivir, se exterminan unos a otros y botan al niño –el país– junto con el agua sucia.

Se iluminan y vuelven
Otros tienen más suerte y sus grupos de poder reciben la iluminación: se acuerdan para frenar una caída irrecuperable, que causaría desgracias dantescas, muertes, hambre, desolación. El fujimorismo cuadró con los partidos para sustentar la democracia, olvidar el pasado, y Keiko ha aceptado dos derrotas electorales (la última por apenas 20.000 votos) sin salirse del esquema democrático. El pinochetismo y los partidos del orden hicieron lo mismo. Las FARC decidieron dejar de matar gente e incorporarse a la vida institucional, aunque algunos aturdidos pretenden impedirlo para mantener viva la llama terrible de la violencia. En Guatemala y El Salvador también, y en este gobiernan los comandantes del Farabundo Martí, hoy electos por el pueblo pero otrora causantes, junto con Arena, de una guerra que costó 150.000 muertos, crímenes horrendos, como el asesinato de Monseñor Romero y de curas, monjas y civiles inocentes.

Una parte importante del peronismo no hace causa común con la banda kirchnerista, tampoco estorba a las políticas de Macri y apuesta a la estabilidad. En muchos de los países del bloque soviético gobernaron y gobiernan partidos y líderes que detentaron poder en el extinto régimen comunista, entre otros nada menos que Vladimir Putin. La lista de las reconciliaciones es tan larga como la de los que se autodestruyeron. Irak, Libia, Sudán, Checoslovaquia, Yugoslavia y tantos otros, por no hablar de los herederos del socialismo africano, una verdadera peste que desoló al continente negro. Luego de las llamas, de 500.000 muertos por la guerra civil, el territorio de Siria está desmembrado entre cinco grupos en armas, pese a que hay negociaciones para la paz. Posiblemente se sume a otros estados fallidos, después de 4.000 años de historia. Venezuela en este momento corre un peligro inminente.

Sin norte… ni sur
Al gobierno se le fue de las manos el país, perdió la gobernabilidad, entendida como la capacidad de un sistema para frenar las tendencias al caos, la entropía, en prácticamente todas las áreas de la vida social. Un sistema es ingobernable cuando las decisiones de sus mandos potencian las tendencias a la descomposición en vez de frenarlas, producen el efecto contrario al buscado. Cada cierto tiempo declaran medidas económicas que simplemente alimentan los elementos entrópicos. Cada vez que hacen anuncios, el bolívar se extingue, las divisas escalan su precio, igual que los demás bienes y la nación desciende un tramo más en la escala de la fatalidad. Un círculo más hondo del infierno. Pero según la Constitución, 2018 es la fecha irreversible, inamovible.

En 2018, año de gracia, tiene que haber elecciones presidenciales limpias, porque el escenario global esta vez puso los ojos en lo que ocurra ahí. No hay duda de que muchos creativos deben andar inventando qué hacer para salirse de la suerte, pero nadie puede esconderse y no hay recontraconstituyente capaz de barajar el tiro sin una impredecible reacción mundial. Ya no vivimos la época cuando el espeluznante cumpleañero de estos días, Che Guevara podía decir en ONU que “habían fusilado, fusilaban y seguirían fusilando”. El diálogo con el gobierno debe ser para afinar el cronograma electoral y los paracaídas que permitan la paz en el siguiente período, las garantías para quienes pasen a la oposición. No respiraremos más la atmósfera espesa y angustiosa de la revolución. En eso el papel de EEUU, China y Rusia será invalorable y no hay que olvidarlo en ningún momento por apasionados que estemos.

@CarlosRaulHer

Regreso del futuro

Carlos Raúl Hernández

Nuestros candidatos andan en los altos hornos de la campaña contra una maquinaria poderosa y abusiva, aunque repudiada e impopular. Pero también mordidos en las piernas por el malderrabia de los resistencios y calle-calle, doble ponchados en sus aventuras de estos dos dolorosos años, pero en extremo útiles al gobierno. Debería convocarse un Rosario en Familia para pedir que paren el malentretenimiento, el descrédito abstencionista contra los que se la juegan en serio en barrios y aldeas. 2018 toca el examen final del gobierno y no luce fácil eludirlo. La comunidad internacional está orientada a que haya elección presidencial y sea limpia, a los diálogos dominicanos, y eso intensifica con la cercanía de la dead-line. Desde arranque de los 2000 en la aurora del régimen, cuando se habló de prepararse para las elecciones pautadas entonces, sonó el canto pavoso: “¿esperar?… ¡el país no aguanta más!”.

“¡La solución es ya!” (y vino el calvario: RR contra Chávez, fracaso del paro petrolero y la marchitis, payasadas del 11 de abril, plazaltamira, retiro de candidaturas 2005). A quien invocara el sentido de la realidad, lo execraban “los gerentes” que quebraron empresas, salieron a quebrar la política y siguieron en eso para desventura de sus asesorados, que si no están presos los andan buscando. De no ser por la ominosa participación de la gerencia en la política, el chavismo tal vez sería hoy un recuerdo fastidioso. La locura recomenzó en 2014 y a quienes pedían prepararse y ganar las parlamentarias de 2015, les caía de nuevo el Niágara de frases de rigor, “colaboracionistas”, “con este CNE”, “quieren legitimar…” y nociones extraídas del país de Alicia, donde las distorsiones oníricas de la mente sustituyen la realidad, la reina celebra todos los días su no cumpleaños y los caminos no van a ninguna parte.

Intervención militar democrática
Ante la propuesta de presionar en 2016 por las elecciones regionales, la respuesta de la Reina fue ¡qué gobernadores ni qué niño muerto; vamos al revocatorio!, ¡Maduro vete ya! Igual soñaron en 2017 las elecciones generales y la intervención militar democrática. Quienes recordaban que el reto era asegurar las elecciones de 2018, que detrás de la prisa se escondía un áspid y una equivocada evaluación política, eran cómplices (hay unas y unos en el congelador, los sacan cada año a meter la pata, y los vuelven a esconder). Los resistencios creían tener la máquina del tiempo para adelantar todo: bastaba la frase mágica y genial: ¡el hambre no espera! y el mundo se desplomaría. En concreto hoy vamos a 2018 en el cuadro de la negociación. Al parecer los calle-calle y la gerencia regresaron del futuro con el DeLorean hecho chatarra y el gobierno sigue hacia la fecha electoral.

No luce tan descabellada la distopía de campamentos de refugiados en la frontera. ¿Aceptarán los vecinos semejante perspectiva? ¿Podría aparecer en Venezuela el nuevo Al-Azhad-Sadam-Fidel-Kim Jon Un-Mugabe, el dictador sanguinario del Estado fallido que desafía al mundo? Quizás pero con un costo social y político tal que la sacaría del cuadro de las naciones civilizadas (del que está de salida). ¿A cambio de qué y para qué cargarían Rusia y China con la responsabilidad de una especie de Somalia en Latinoamérica, cuando dependería de ellos una intervención humanitaria de la ONU? Y no es descartable que no salga de este contexto un Al-Ashad sino otro Milosevich. Por eso es de vida o muerte seguir las conversaciones, que los candidatos asistan si la constituyente los convoca, y no se haga nada que salve al gobierno de su sino.

¡Regresa Isabel!
Resistencios y gobierno llevan 18 años de fracasos, sin el más mínimo pudor, ni siquiera una exigua capacidad de auto reflexión. Desde que comenzó la pesadilla revolucionaria, el desenfreno se hizo modo de vida. Toda revolución impone como paradigma social la falacia y la exageración, contra la democracia cuyo centro político debe ser relativamente sobrio, porque si no lo es y cae en manos de irredentos, se acaba. La tragedia ya asomaba sus fauces y las bielas del sistema traqueaban cuando en el Parlamento de los 90 se exhibían en varas las cabezas cortadas de los “corruptos” sin pruebas, y unos diputados-gladiadores, como el Podemos que amenaza la democracia en España, sin el pudor del saco, ni la hoja de parra de la corbata, paseaban sus propias barrigas exultantes por el Hemiciclo.

Sostienen que El Príncipe de Maquiavelo es realmente Isabel la Católica. Ella según sus palabras no tenía que “decir la verdad sino lo que convenía al Reino”. Churchill utilizaba el humor como navaja y en general los demócratas resaltan las buenas noticias para disimular las malas. A los políticos medios en general la cautela los enseña hablar sin decir, como satirizaba Cantinflas (“¡a ese señor yo ni lo ignoro!”). Al contrario Fidel, Pinochet, el Galáctico convirtieron la inmoderación, “el decir las verdades en la cara”, la carencia de entendimiento, la piratería, la irreverencia, el estilo zumbao y guapetón que cultivan los resistencios y los calle-calle, el extremismo mental y verbal, en el alien de este sistema político. Su imagen de culto con chaqueta de guacamaya tricolor y el librito azul en la mano mientras gritaba “verdades” -generalmente calumnias- nos marcó con yerro candente.

@CarlosRaulHer

Back to black

Carlos Raúl Hernández

La sociedad avanzó gradual hasta el brillante, espectacular éxito de 2015, previos varios triunfos electorales. Épicas de coraje de la Unidad sobre el gobierno que abusó de los mecanismos institucionales y no institucionales con sus incontrolados ventajismo y violencia. Hombres y mujeres de los partidos se la jugaron en comicios que parecían más bien las carreras de San Fermín. En elecciones se construyó esa gran fuerza, -pese al gatuperio maloliente de que era “para conseguir puestos”- y el triunfo abría dos años para transar las regionales y fijar mecanismos de garantía de un tránsito presidencial a la nicaragüense en 2018. Era negociar desde una posición de poder. Pero de Luzbel puso estulticia en la lengua de 22 ángeles opositores que dijeron ¿para qué gobernadores si vamos al asalto del cielo? Así volvieron al terreno charlatanes abstencionistas, filosofantes de barbería y peluquería.

Regresaron los calle-calle, los ya estamos cerca y otras guacharacadas dichas con solemnidad. Habían sido responsables del holocausto de 2005, el retiro de las candidaturas a la Asamblea, una de las operaciones políticas más tarúpidas en la historia, argumentada con razonamientos recogidos en las colas para pagar en el supermercado. Varios capitostes de poderes fácticos (estuvieron a punto de quebrar -o lo hicieron- las empresas que controlaban) pusieron una cámara en la sien de cada uno de los dirigentes para que se retiraran del proceso y así le hicieron el trabajo a la avanzada totalitaria que logró unanimidad en la AN. Eran sus mejores amigos sin darse cuenta. La revolución se apropió de todo, ese año negro para las fuerzas democráticas. Pero en 2006 comenzaron lentamente a restañarse, vuelven al camino electoral y destierran los graznidos radicales.

Hablan y ven al revés
Los mismos señores, más unos nuevos que advinieron con facultades igualmente mermadas, hoy propiciaron otro desastre igual o peor. Hubo esperanza mientras estuvieron fuera de juego, pero quién sabe por qué aquelarre, influencia astral negativa, paso de luna, gran Sabbat, noche de brujas, nació el Anticristo entre centellas y en 2016 tales desvaríos, primitivos y letales como las medusas, con sus tentáculos abrazaron la fuerza opositora. Poseídos sus cuerpos, varios dirigentes hablaron al revés, en lenguas desconocidas y radicales, se salieron de la autopista y aceleraron en la oscuridad hacia el barranco. El Oscuro trabajaba y el éxito se hizo fuego y escombro. Según decían, los calle-calle, trancas, escuderos, secuestros de vecinos en sus urbanizaciones, plantones, y demás zarandajas desacreditadas desde 2014 (y dolorosas para la ciudadanía) conducirían ¡a la derrota militar de la GNB!

Estaba fácil porque “solo le quedaban bombas lacrimógenas para dos días”. El más simple instinto humanitario, paternal o de conservación, lleva a proteger a los nuestros. Si grupos de gatilleros con o sin uniformes disparan en la esquina, nadie envíe a su hijo a comprar pan. Y los aspirantes a dirigentes tienen que cuidar la seguridad de quienes los siguen y confían en ellos. Ante la preocupación por el número de muertos y heridos que crecía, la espeluznante respuesta fue, como si se tratara del desembarco de las tropas aliadas en Normandía y no de unos adolescentes con escudos de cartón: “en toda confrontación hay bajas”. Eisenhower nunca dio una respuesta parecida ¿Cuál es nuestro destino si tales aspirantes creen que los gigantes son molinos y los civiles soldados de infantería? No deberían salir aplazados en un examen de respuestas tan evidentes.

Mantenerla mojada
Al llamado de cabezas calenturientas y desorganizadas, la sociedad civil se lanzó de pecho a derrocar al gobierno armado hasta las muelas. “Maduro vete YA”, “elecciones generales este año”, y el resultado era previsible: el gobierno se atornilló, Maduro no se fue y hoy tenemos 115 familias de luto, inhabilitaciones, miles de heridos y detenidos, alcaldes acosados y encarcelados, destrucción del ambiente urbano. Y al ilusorio, poético 350, el gobierno respondió con la Constituyente, demoledora porque es real, y demostró que juega duro y en serio. En cambio por el otro lado florecieron disertaciones que rompen el récord mundial de candidez. La acción militar de los buenos que sacaría al gobierno, y generosa lo entregaría a quienes los han amenazado con juicios y ajustes de cuenta. Cuando la Unidad decidió, aún groggy, participar en las elecciones regionales oscuras y borrosas de 2017, reaccionó con buen reflejo y cintura de boxeador.

Esto podría sortear la ofensiva de exterminio que viene del gobierno con la intención de borrarla de la faz de la tierra. Pero lo más trágico, lo que genera risas y llanto es ver como los inspiradores intelectuales de la chambonada calle-calle, en vez de retirarse a hacer penitencia por el daño que gestaron, abren sus bocas para lanzar oleadas de cucarachas sobre los demás. Repitieron la salida con peor resultado y, para mayor asombro, quieren insistir. Cada declaración que despotrica de la Unidad, cada graznido integrista los hunde más en la vacuidad intelectual y política. Después de menospreciar las elecciones regionales cuando íbamos en la locomotora del triunfo, dieciocho meses después concurriremos con una pistola en la cabeza. Regresamos al año negro de 2005. Salgamos de ahí.

@CarlosRaulHer

Sarcosuchus imperator llora

Carlos Raúl Hernández

Bachelet declara serenamente que la centroizquierda no logró hacer gran cosa después que tuvo el continente en sus manos. En lenguaje claro, acepta que fracasó. Hoy la quimera se despide del poder en el continente y donde se resiste, como en Venezuela, es gracias a astrosos dogales que la mantienen por ahora. La primera transnacional socialista latinoamericana, Odebrecht, símbolo del nuevo poder mundial, la octava economía, es ya una miserable carroña que contamina una vez más de desprecio a países que habían comenzado a levantar cabeza. El gran líder del nuevo socialismo, el legendario Lula da Silva, que arrancaba titulares a Le Monde y al que Obama llamaba the boss, tiene todos los boletos comprados en alguna penitenciaría. Sin duda Bachelet no tenía más opción que reconocer lo ocurrido, pero ella debería haber sido menos parca e ir al fondo de la idea.

Merecía enseñarnos un desgarramiento, aunque fuera una lágrima-del lagarto prehistórico que se alimentaba de dinosaurios-, conocida la responsabilidad de la emoción socialista en el impulso de las grandes tragedias latinoamericanas de dos siglos, en esta dolorosa farsa, que para bien de la humanidad, ella y sus colegas del Siglo XXI liquidan. Pese a su enorme responsabilidad personal, más bien habló como una politóloga inglesa que prepara su trabajo de ascenso, no como quien fuera presidenta de Chile dos veces y protagonista del cambio de era. Tal vez le hizo falta un poco de autoflagelación, de reconocer sus graves errores que contribuyeron a desmejorar la vida de los chilenos y que levantan la imagen de Pinochet. Sin pretenderla samurai, su tranquilidad argumental trasmite que no le importa mucho su propio fracaso existencial.

Dorian Gray en Chile
Pero tampoco el de su partido y su corriente de pensamiento, por los que hubo demasiados martirios en el continente que buscaba la utopía, comenzado por el de su padre. La memoria de las muertes del general Bachelet, de Prat, de Allende, de Luciano Cruz, de Miguel Henríquez y de miles de caídos, torturados y desaparecidos a partir del golpe del 11S, hubieran merecido un poco más de corazón. No quiso y/o no pudo hacernos sentir arrepentimiento, conmoción, dolor, algo que le debe a los chilenos y al resto. Arthur Koestler escribió sangrante en su ruptura con el estalinismo, que “la lucha final será entre comunistas y excomunistas”. Un divorcio digno de ese terrible espectro requiere separación de cuerpos y la gravedad de usar la razón, el debate, la disidencia, y renovar el compromiso con la democracia y la libertad.

Si alguien no tiene excusas es quien apoyó fríamente al chavismo y su última campaña electoral está sembrada de recuerdos asombrosos, desconcertantes, que desde entonces reafirmaban que ella para Chile sería otra equivocación. Nadie gozó de tanto prestigio, hasta el extremo de irse a un cargo internacional para pasar el fastidioso requisito de tiempo, entretenerse mientras se cumplía el entreacto constitucional para su regreso cantado al poder. La sociedad la esperaba para aclamarla y el proceso electoral lucía casi como un trámite administrativo. Regresa, ha-ce su campaña, triunfa y todo va talcual se esperaba. Pero en el camino ocurre algo duro de entender. Cae en el circuito de una joven dirigente estudiantil inmadura e ideologizada a la que asocia estrechamente su imagen electoral.

Eso es comprensible porque era un ícono de belleza y juventud, las dos únicas cosas que valen la pena en la vida, según Oscar Wilde.

Pececito tragó ballena
Pero que para asombro general, la niña la coloniza mentalmente. Uno de esos inquietantes relatos de Julio Cortázar narra cómo un pececillo se apodera de la mente de un hombre que se le queda mirando fijamente por un rato en la pecera. Así Bachelet se convirtió en la candidata de las movilizaciones estudiantiles de 2012 que proponían radicalismos absurdos, como “una educación superior gratuita y universal”, contra la experiencia y la experticia en materia educativa en el mundo entero. Amenazó con una descocada reforma fiscal, ninguna de las dos cosas se llevó a cabo por absurdas e improcedentes; consumió su período en un debate vacío y Chile perdió una gran oportunidad. El balance de la democracia chilena tiene un lado lamentable porque los gobiernos socialistas y socialcristianos han puesto en jaque el modelo eco-nómico que sacó del desfiladero unpaís hambriento y abandonado.

El crecimiento económico se ralentizó, porque el sistema político careció hasta ahora de líderes –salvo Piñera– con el don necesario para actualizar el sistema económico e introducir los cambios requeridos. Los gobiernos democráticos, con la excepción mencionada, se han limitado a “mantener el modelo” y no a hacerle mantenimiento. Significativamente tal detención no ocurre en Perú, pese a las desventuras de Humala, ni en Panamá con sus escándalos recientes. Hace poco podía correr el sarcasmo de que Venezuela iba por el camino de Cuba, Argentina por el de Venezuela, Brasil por el de Argentina y Chile por el de Brasil, pero esa tendencia tiende a cambiar gracias a la expulsión del socialismo del siglo XXI. Pero preocupan la parálisis de los cambios en Brasil y la aterradora lentitud de Macri.

@CarlosRaulHer

¿Los países... se acaban?

Carlos Raúl Hernández

Hay infinitas posibilidades de clasificar los fenómenos y las cosas, en este caso los países, pero una que viene a cuento es entre los que triunfan y los que se hunden. Dicen que los países no se acaban, pero no hay duda que se descomponen como Líbano, Siria, Libia, Irak, Yugoslavia, Checoslovaquia, Haití, Somalia, Sudán y tantos otros (hay que estudiar lo ocurrido con Ucrania). Hasta hace poco la idea de que Venezuela podía colapsar como nación, sonaba sencillamente absurda, demencial. Durante los años cincuenta el país se había poblado de sicilianos, madeirenses, lisboetas, calabreses, gallegos, asturianos, isleños que trajeron sus conocimientos para el trabajo diario. Brotaron panaderías, abastos, talleres, bares, ferreterías, restaurantes, y en los sesenta florecieron la democracia y el progreso, un modelo para el mundo. Mientras Latinoamérica penaba cariada por dictaduras siniestras y masas de ciudadanos miserables.

En cambio en las esplendorosas Caracas, Valencia, Maracaibo, barrios enteros de colombianos, ecuatorianos y peruanos, construían con su trabajo una mejor vida, mientras argentinos, mexicanos y chilenos se ocupaban como profesores y gerentes, y vivían en libertad (recomiendo a los jóvenes leer El fusilamiento de la decencia de Manuel Carrillo). Muchos de nuestros intelectuales se asqueaban del consumismo, principalmente el de los tabarato de Miami y no tanto el de los sofisticados amantes de París, que salían de Fauchon con bolsas repletas de exquisiteces y se pasaban cualquier tarde de verano en una terraza de Saint-Michel dedicados a devorar mariscos con Chablis. Gracias a los gobiernos y partidos democráticos, los centros de educación superior venezolanos, de alto nivel académico, estaban llenos de muchachos del interior que se convirtieron en clase media emergente moderna.

Comando conjunto
Así ocuparon espacios en las instituciones representativas, la administración pública y las empresas. Llegamos a tener más de 3.000 jóvenes de posgrado en las mejores universidades del mundo. Un buen día el país decidió acabar con eso y se montó en una utopía agusanada con un insufrible olor a rancio, detrás de un perturbado, un flautista de Hamelín –en el cuento de los Grimm, se llevó a los roedores, pero se recuerda menos que también a los niños del pueblo y los ahogó en el río. Lo más triste es que las monumentales y asombrosas boberías de sus adversarios, fueron las que permitieron al flautista revolcar al país y la historia podría ser implacable cuando se analice lo ocurrido. De no ser por el paro petrolero, el abstencionismo y otras efervescencias, la revolución sería hoy un recuerdo lejano. El país se polarizó en dos extremos irreconciliables que hasta el sol de hoy demuestran a diario que no pueden convivir.

El desvarío revolucionario destruyó las extraordinarias conquistas civilizacionales de 40 años –ya sucumbieron hasta las carreteras relativamente intransitables de día, absolutamente de noche– y en cualquier momento puede producirse un desgarramiento militar que según la tradición histórica tendría altas posibilidades de derrota. No es que esta sea “una ley”, ni que deba repetirse, pero es un dato importante. Durante el siglo XX y lo que va del XXI los golpes que astillan el aparato militar fracasaron y condujeron al aplastamiento de la insurgencia, como ocurrió en Puerto Cabello, Carúpano, Barcelona, el 4F y el 27N. Solo tuvieron éxito los pronunciamientos sin disidencia de las Fuerzas Armadas contra Medina, Gallegos y Pérez Jiménez. A Colombia la partió en dos una gran insurrección civil en 1948 a consecuencia del asesinato del caudillo populista Jorge Eliécer Gaitán.

Por amor o interés
La guerrilla llegó a controlar más de la mitad del territorio y estuvo muy cerca de asaltar Bogotá, hasta que el gobierno de Álvaro Uribe neutralizó la amenaza. Hoy se incorpora a un pacto de gobernabilidad auspiciado por Santos. México también estuvo a punto de sucumbir, esta vez porque el narcotráfico controlaba gran parte de la administración pública y de las gobernaciones regionales y municipios, al extremo de que en la literatura especializada internacional se le daba ya como un Estado fallido, hasta que el presidente Calderón declaró la guerra contra los carteles con más de cien mil muertes. Los conflictos inmanejables en el bloque de poder, generalmente por obra de gobiernos tarados, trajo dictaduras en muchos países, que solo terminaron gracias a pactos de gobernabilidad, no entre los que estaban de acuerdo, sino entre enemigos.

La guerrilla salvadoreña, Arena y la democracia cristiana hicieron gobernable El Salvador, así como el exdictador militar brasilero Figueiredo que el día de su derrota electoral dijo a los líderes de la oposición triunfante “espero que me olviden” (así una exjefa terrorista, Dilma Rousseff, pudo gobernar). El Partido Socialista chileno cuyo desastroso gobierno propició el golpe de Pinochet, se alió con la Democracia Cristiana, impulsora del golpe, y con el propio pinochetismo, para reconstituir al país. La guerrilla guatemalteca aceptó convivir con los partidos democráticos tradicionales, igual que los Tupamaros en Uruguay, y triunfaron democráticamente. También el fujimorismo. Para que funcionen, los pactos de gobernabilidad deben ser entre opuestos.

@CarlosRaulHer

Marxismo-leninismo-odebrechtcismo

Carlos Raúl Hernández

Lo ocurrido en Venezuela durante estas casi dos décadas trasciende el asunto de que un gobierno inepto debe irse después del milagro de convertir en mendigos a ciudadanos legendarios por su capacidad adquisitiva, llamada tiempo ha saudita. Hoy está muy claro urbi et orbi que se trata de un grupo aferrado con desesperación al poder por el explicable pánico de dar cuentas ante un país que se arrodilló frente a ellos y les concedió todo lo que pidieron (ese pánico es el punto clave a considerar en una estrategia para que lo suelten). Se trata del fracaso más aplastante, rotundo, y escandaloso de eso que llamaban socialismo, quimera que cada vez que la intentaron instalar fracasó, pero siempre tuvo una excusa funcional y aceptable, además de que estuvo rodeada de heroísmo, canciones, películas, novelas y poemas.

Habla mal de los venezolanos que mordimos el anzuelo cuando la utopía estaba piche luego del Muro de Berlín. Los bolcheviques establecieron uno de los regímenes más espantosos de la Humanidad, pero durante la Segunda Guerra Mundial ayudan a derrotar a Hitler, quien actuó con desquiciamiento y voracidad imperial como los que muy probablemente hubiera desplegado Trotsky si triunfara en la lucha interna sobre Stalin. De haber sido así, posiblemente hubiera lanzado la URSS a derrocar “los gobiernos capitalistas”, declara la guerra a “las potencias imperialistas” y termina como Adolfito. Pero la historia fue otra y Stalin aparece en Yalta a la izquierda de Zeús Roosevelt –Churchill a la derecha–, en el Olimpo del siglo XX. El mundo sabía que esperó impertérrito entre cañonazos en el balcón de su oficina, con las tropas alemanas a 12 Km. del Kremlin.

El neoliberalismo
Su coraje lo emularon los comunistas en la resistencia europea, en Asia, y contra las dictaduras en Latinoamérica, lo que los cubrió de gloria y con un manto de romanticismo en sus luchas. Después vino la larga y heroica marcha de Mao hacia el poder, el asalto de los jóvenes verde oliva comandados por Fidel Castro y luego la gesta del “poeta y campesino vietnamita Ho-Chi-Min”, los martirios del Che Guevara y Camilo Torres, la inmolación de Allende, el triunfo de “los muchachos de Daniel Ortega” contra la siniestra dictadura de Somoza. El estruendoso aplauso a los héroes y los poemas de Neruda, Alberti, Guillén, León Felipe, leídos en alta voz para que se oyeran en todos los continentes, ocultaban los gritos en las torturas y los llantos de las viudas de los fusilados por la revolución. Las elites culturales abrazaron el marxismo y le pulían la hebilla a Fidel mientras la opinión pública se hizo progre (ni comunista ni anticomunista).

La miseria en Cuba era culpa del “bloqueo”, es decir, un embargo económico que nunca se cumplió e inventaron un paraíso social que la “revolución” había creado, una de las mentiras publicitarias más brillantemente edificadas que se recuerden. Cada vez que el hambre apretaba, Castro hacía un discurso contra los yanquis y hervía la sangre de los antiimperialistas del continente. Pero la genialidad propagandística de la izquierda tuvo su epítome con la Caída del Muro de Berlín. Este episodio encarna la crisis general del socialismo y el intervencionismo, que enfrentan las reformas económicas de Deng-Xiao- Ping, Reagan-Thatcher, Felipe González y Mitterrand, y el salvaje de Latinoamérica por el FMI, para superar el colapso del gobierno de Carter, el naufragio de Europa y la debacle con la crisis de la Deuda incubada por Cepal. Pero ¡sorpazzo!

El Foro de Odebrecht-Sao Paulo
En vez de analizarse la revolcada del socialismo comenzó la extraña lucha contra otro fantasma kapitalista: el neoliberalismo, la revolución conservadora, el pensamiento único, y lograron escurrir el bulto. Como se puede apreciar siempre hubo épicas, añagazas, coartadas para el fracaso socialista. Siempre hubo Sarte, Richard Wright, Susan Sarandon, García Márquez, Oliver Stone. Pero el socialismo del siglo XXI se mató solo, se ahorcó con su propio ombligo. Obtuvo una votación abrumadora en 1998. Pidieron la constituyente, con lo que inocularon al país con un retrovirus que ha traído –y traerá, no lo olvide– muchos dolores, ganaron 15 elecciones, se hicieron de gobernadores, alcaldes, concejales y legisladores. Una talentosa oposición les regaló la Asamblea Nacional en 2005, tuvieron el precio del barril de petróleo a 120 dólares, pero aún así, aún así, aún así, aún así, fracasaron como nadie en nuestra historia.

Sin heroísmo, sin derramar su sangre, sin una guerra civil, con una oposición que desapareció en 2005 y se recompuso trabajosamente, sin Estado de Derecho, fracasaron y ahora luchan para asirse de la última piedra antes del abismo. La izquierda internacional se esperanzó con la emergencia de lo que podríamos llamar el marxismo-leninismo- odebrechtsismo latinoamericano, fundado por Lula y el Foro de Sao Paulo, pero ya se comprobó una vez más que las utopías solo sirven para que los dictadores se laven la cara. A pesar de que los chulos españoles de Podemos hacen todo lo posible por hundir para siempre a Venezuela con su asesoría económica, ya no hay excusas: el socialismo es la peor tara de las sociedades modernas y esta es la prueba irrefutable de que se autodestruye incluso en las condiciones más propicias, se voltea en una recta.

@CarlosRaulHer

"...favor abordar el avión a Puerto Príncipe..."

Carlos Raúl Hernández

Mientras Latinoamérica avanza entre baches y sana sus heridas, Venezuela se dirige a compartir un dudoso nicho con el epítome del fracaso humano: Haití. No es una exageración, ni un manejo desaprensivo de los conceptos comparativos. Es una realidad escalofriante. El discurso convencional en estos casos dice que “estamos al borde del abismo”, pero a renglón seguido, aparece la fórmula: “a menos que…”. Si se siguen las instrucciones del orador, en general un candidato, el peligro quedaría mágicamente conjurado. La cruda realidad es que no estamos “al borde” porque ya caímos y nuestra mejor esperanza consiste en que podamos asirnos de algún arbusto en la cintura del desfiladero, y eso lo permitirían la voluntad y la inteligencia política. Caldera, Chávez, las élites y los pobretólogos decían que entonces había 80% de la población en la pobreza. Ahora es verdad.

Ellos hicieron ver que vivíamos en una especie de pozo séptico de miseria y corrupción, solo que los muchachos en los barrios usaban Nike y Adidas y el dólar costaba 60 bolívares de entonces, 6 céntimos de hoy. Por el momento lo que nos diferencia de la desventurada isla de Haití es que en 40 años de democracia se creó una infraestructura de acueductos, cloacas, electricidad, autopistas, carreteras, viviendas, hospitales, centros comerciales, centros educativos, telecomunicaciones, tráfico aéreo y terrestre, redes de distribución de alimentos, editoriales, periódicos, que le dieron a Venezuela hasta hace poco la condición de país más moderno de la región. Haití y Venezuela eran la antítesis. El primero nunca en su historia, salvo trágicos remedos, ha tenido democracia. Dictaduras, violencia, macumba, golpes militares.

Separados al nacer
Desde 1957 hasta 1988 gobiernan los dos Duvalier en un régimen de terror creado de los tonton-macoute. Podía pensarse que con el final del duvalierismo, comenzaría una era de libertad, paz y progreso, como Venezuela desde el 23 de enero de 1958. Pero en 1988 al presidente Leslie Manigat lo expulsa el general Henri Namphy, a su vez derrocado por el general Prosper Avril, cuya subsecuente defenestración permitió elecciones bajo dirección de la comunidad internacional. Triunfa en ellas el sacerdote Jean-Bertrand Aristide, primer presidente electo en la historia, -populista e irresponsable- al que sacan con un golpe, regresa, lo vuelven a sacar, hasta que en 2004 invaden los cascos azules para desencajar del poder al general golpista Raoul Cédras. En 2006 eligen a René Preval, en 2011 inicia el gobierno de Michel Martelly, y luego de estar suspendidas las elecciones para evitar la guerra civil, se realizan en 2016.

El organismo electoral declaró triunfador a Jovenel Moïse, sin reconocimiento de los candidatos derrotados, que prefieren matar a su pueblo que ponerse de acuerdo. Gran parte de esa abominable historia ocurre mientras Venezuela vivía una democracia que resintió sus defectos en 1983, en 1989 comenzó la recuperación, y sus partidos políticos y élites decidieron acabarla a partir de 1992. Desde ese momento, hace 25 años, el liderazgo nacional se decidió a hundir el país en ese rincón del infierno donde se saluda ya con el zombie de Duvalier. Ambas naciones tienen en común, en 2017, a diferencia del resto de la región, la inexistencia de democracia y la coincidencia entre factores de poder para destruirlo todo. Lo que parece vincular mellizalmente a Haití y la Venezuela que nació en 1992 es la monstruosa incapacidad de los grupos dirigentes para construir.

Entender para ganar
Particularmente cuesta entender que no es posible dirigir una nación si no existen acuerdos básicos de gobernabilidad que se plasman en la Constitución y que por eso, ella debe ser inviolable. Los grupos de poder haitianos demostraron que no pueden convivir y que cada uno necesita el exterminio del otro, con el agravante de que evidencian también que las crisis orgánicas en cualquier sociedad solo se resuelven si los factores de poder pactan para respetar los resultados electorales. De no ser así, las elecciones sucumben a los militares y los militares a las elecciones, en un remolino que hunde al país víctima en la barbarie. Los factores dirigentes en Colombia pudieron verlo claro, y si bien Uribe derrotó a la guerrilla militarmente, cuota esencial porque era un conflicto armado, Santos logra un acuerdo que podría permitir la convivencia en el tiempo y la estabilidad.

El fujimorismo aceptó el pacto democrático, tal como el pinochetismo, el PRI, el Farabundo Martí y los Tupamaros. El caos en Venezuela es precisamente porque no hay Constitución y un claro síntoma es la insolencia de un uniformado ante la voluntad popular representada por el Presidente de la A.N. ¿Se imagina Ud. que esto hubiera ocurrido, no digamos en Francia, sino en la hermana Colombia? (peor fue ver a un atajo de hienas descerebradas que insultaban al Presidente del Legislativo porque no le dio por lo menos una patada en los testigos al agresor). Con esta lógica verdulera, Bush ha debido salir para la calle con el que le tiró un zapato y Rajoy fajarse como un macho con el fulano en Pontevedra que le estrelló una trompada. Las revoluciones son como Circe: transforman los humanos en animales.

@CarlosRaulHer

El 350

Carlos Raúl Hernández

(A Eglée González)

La Constitución es un conjunto de normas que la Humanidad inventó específicamente para proteger los seres humanos frente al Estado, el más temible depredador cuando anda por la libre. Georg Jellinek escribió que era la jaula que encerraba a la fiera del poder. Esas mismas normas generalmente establecen la anatomía y la fisiología de las instituciones, cuáles son sus órganos y cómo han de funcionar. Fijan límites hasta donde Leviatán no debe dar un paso más porque peligran los derechos a la vida, la privacidad, la propiedad y la libertad. Así el término “dictadura constitucional” de los años cincuenta es un contrasentido y los gobiernos son dictaduras precisamente cuando pueden disponer de la vida, libertad y propiedad de la gente, porque no hay Constitución. Las constituciones son reglas que las sociedades sanas no deben implantar por mayoría sino por consenso.

La mejor Constitución que tuvo Venezuela, la de 1961, asesorada y escrita por brillantes juristas españoles asilados aquí para la época, fue producto del consenso entre las fuerzas políticas y sociales. Con el mismo fin las constituciones de las grandes democracias solo se pueden aprobar, reformar y enmendar a través de un complicado mecanismo que incorpora mayorías calificadas de los parlamentos, las legislaturas regionales y los municipios –así era la de 1961– un amplio acuerdo horizontal y vertical. El sentido es claro: impedir que un demagogo mayoritario pueda pasar por encima de las minorías y aplastarlas. Incluso, autores tan diferentes como Montesquieu, Hayek y Rawls no contemplan que los derechos esenciales se sometan a mayorías electorales, sino al acuerdo entre mayorías y minorías.

El demagogo peligroso
Hitler, con su facultad para enloquecer a los alemanes, podía hacer la Constitución que le diera la gana, hasta el extremo de que un pensador de la talla de Karl Schmith no tuvo pudor para escribir que el poder constituyente en Alemania era el fuhrer que encarnaba la voluntad del pueblo, –como Fidel la de Cuba. La de EEUU elaborada en la Convención de Filadelfia, concilió intereses antagónicos del Estado Federal naciente contra los estados, los estados grandes contra los pequeños; y los choques multidireccionales entre el Estado Federal, los estados, los municipios, y el corazón de la sociedad libre: los derechos de los seres humanos individuales. Así creó la obra de ingeniería política más admirable de la Humanidad. Fue la obra cumbre de un hombre cumbre, George Washington, y suya la creación del Senado en sentido actual. En la Convención se presentó una crisis que casi hundió el proyecto constitucional.

Varios estados estuvieron a punto de retirarse porque según el diseño presentado, para integrar la Cámara de Representantes cada estado escogería un número de diputados correspondiente al volumen poblacional, lo que aplastaría los estados pequeños: Virginia elegiría veinticinco, por ejemplo, mientras Rhode Island tendría uno solo. Washington ideó entonces la Cámara Federal, el Senado, en la que todos tendrían por igual dos senadores, y que sería política y administrativamente la instancia superior. Controlaría la gestión de la Cámara de Representantes y daría el visto bueno o no a las leyes que vinieran de ella. Los senadores se elegirían por ocho años mientras los representantes lo serían por cuatro años. Así superó el impase, pese a que nunca disertó en las plenarias –habló diez minutos en la clausura– desayunaba con las delegaciones por separado para discutir con ellas.

La amenaza Constituyente
De allí su conocida anécdota. Vertió café hirviendo en el plato, mientras comentaba “…el café viene caliente de los representantes. El Senado lo enfría”. Un siglo después el poder constituyente recorrió el mundo para devorar el orden anterior y crear una nueva sociedad. En el XX el golpismo latinoamericano lo descubrió y más reciente, los marxistas. Antonio Negri, el teórico terrorista italiano de Brigadas Rojas –huésped bolivariano– descubrió que “el poder constituyente es la revolución”, y tuvimos el proceso en Venezuela, Bolivia y Ecuador. El espantajo constituyente se convirtió en una amenaza democrática a la democracia y al orden establecido, tal como lo vivimos, y por eso ninguna Constitución decente contiene semejante sífilis política que pone de nuevo en manos de mayorías momentáneas caudillos el destino de los Derechos Fundamentales. Pero los demagogos embriagados de popularidad dejan colar un error.

Desde la Edad Media se acepta el derecho a la rebelión, como reza en la Declaración de Independencia de EEUU y en las constituciones francesa y alemana entre muchas otras, aquí llamado 350: todo ciudadano, civil o militar está obligado a restablecer por la fuerza la Constitución si el Estado la viola. Es un principio que desprevenidos confunden con la realidad, y que en la práctica sirve solo para legitimar una acción, pero no la realiza, ni otorga la fuerza para hacerlo (algunos creían que al “aplicarlo” el gobierno “se iba”). Lo imaginan como una trompeta de Jericó cuyo solo sonido derrumba las murallas, una invocación sobrenatural. Incluso, una vez que la fuerza actúa, los políticos son los que califican: para la OEA de entonces, las caídas de Zelaya en Honduras y Lugo en Paraguay fueron golpes de Estado, pero hoy seguramente las evaluarían como rebeliones constitucionales.

@CarlosRaulHer

Legalmente rubia

Carlos Raúl Hernández

La Fiscal Ortega matiza la situación política. Con serenidad, sin estruendo ni destemplanzas, devuelve a la Fiscalía funciones que le corresponden en un país civilizado. Su sex-appeal político basa en que lleva las palabras hasta el borde, con sutil toque de pudor, y no se extralimita como es la regla por aquí. Asume sus funciones como sus colegas en Perú, Salvador o Argentina, por no decir Brasil donde los poderes, luego de decapitar a la Presidenta, están a punto de detonar el más grande escándalo de corrupción en la historia latinoamericana. El proceso Odebrecht, la primera gran multinacional socialista del continente será medalla de oro de corrupción continental y se coloca en competitividad con las grandes pestilencias del mundo. Casi todos los países de la región serán afectados cuando estalle el escándalo.

El caso lo construye pacientemente el Ministerio Público de Brasil en una pesquisa que ya lleva dos años. A la Fiscal de Venezuela la tienen sitiada, los organismos regulares le niegan información sobre brutalidades contra la ciudadanía durante la movilización por elecciones generales 2017, pero ella la recibe por los caminos verdes. Así pudo desbaratar los falsos números de heridos y detenidos en las movilizaciones, y la endeble coartada en el caso del estudiante asesinado por impacto de una lacrimógena en el pecho. Algunos de su bando comienzan a infamarla, pero dentro y fuera del país su imagen crece y se convierte en efigie de equilibrio y sensatez, virtudes tan escasas en el sistema político como los diamantes. La opinión que emitió sobre el proceso constituyente fue meramente política, pero sabemos que desde el punto de vista jurídico la propuesta es un ornitorrinco.

Sin mañana
“Ud. que se hace el copete y yo que se lo rebajo” dice Florentino. Le baja el copete al gobierno al increparlo con lo que piensa la mayoría de los bolivarianos, a los que pretenden tocarles su Constitución, su vellocino de oro. Ella tiene a favor ser una figura histórica del chavismo, pertenecer al inner circle de Chávez, gozar de amplio respeto en la FF.AA, y quién sabe si se exagera al pensar que uno de los fines principales de la tal constituyente es desaparecerla de la cartografía. El balance de los estrategas del gobierno los conduce a una peligrosa jactancia por sus victorias fácticas frente a los gestos de sacarlos desde 2014 con movilizaciones de calle, derivadas en guarimbas. Les ardía la ponzoña por el ascenso sostenido de las fuerzas opositoras, que alcanzó una mayoría demoledora el 5D. Hablan de “sacarse el clavo” con la constituyente. Según Mario Puzzo “odiar al enemigo quita frialdad para derrotarlo”.

La rabia les nubla el pensamiento estratégico y les hace ver las cosas con visión de pollito, grano a grano, hormiga por hormiga. Ciertamente se han lucido hasta ahora al abatir tan grande amenaza estratégica que pondría en jaque hasta la Quinta Flota de EEUU civiles en las calles y muchachos en escaramuza con la GN, y por eso asombra que haya tantas bajas como en combates de guerras regulares. Pero deberían saber que pese a tales victorias sobre no-amenazas, navegan el Andrea Doria y ganan altercados menudos mientras la estructura de la nave colapsó. Crece la ingobernabilidad porque no saben, ni les interesa qué hacer con el hambre generalizada, y aunque logren gloriosas victorias militares contra estudiantes y amas de casa armados del 350, el río de rabia truena, salvo en un pequeñísimo sector de privilegiados. No hay mañana.

Pedro Navaja, matón de esquina…
Los complicados meandros de esa caricatura llamada constituyente, peligrosa porque se hace real como los pulp fiction japoneses de Tarantino, llevarán la oposición a abstenerse. Y no por falta de ductilidades que apunten a los movimientos reales de la política y desdeñen las ideas fijas, sino porque está concebida para que solo participen los camaradas. Pero alguien debería estar atento porque pueden presentarse catalizadores, fenómenos que induzcan interesantes sorpresas, en virtud de la falla geológica que resquebraja los fundamentos del gobierno. Es posible que el desengaño chavista se haga sentir y le dé algunas sorpresas desagradables al gobierno. Los esfuerzos por hacer cada vez más excluyentes las condiciones de la “constituyente” la harán posiblemente el episodio más grotesco de la política venezolana y sus costos serán incalculables. En el lenguaje político había una pintoresca categoría: los submarinos.

En procesos de votación, militantes de una tendencia se hacían elegir delegados en las listas de la opuesta. En el triunfo de Chávez en 1998 el submarinismo se hizo épico. Los partidos del status, AD, PV, Copei, con las operaciones electorales acarreaban sus electores a las mesas, solo para que terminaran votando por “el comandante”. En este caso el REP es desconocido, lo decide el gobierno, pero pueden llevarse sorpresas. Una de las leyes de la termodinámica dice que no hay espacios vacíos en el universo y que el lugar de un cuerpo ausente lo ocupa otro. Hay que estar atentos ante la posibilidad de que nazca una nueva tendencia crítica en el chavismo, porque otros de sus grupos disidentes lucen integristas, mormones, hablan un lenguaje que los divorcia de su base natural y eso pudiera condenarlos a la grupusculización. La constituyente privada parece una lápida.

@CarlosRaulHer

Comer no es prioridad

Carlos Raúl Hernández

La Constituyente comunal y militar está prediseñada como un proceso interno del PSUV y la reacción de la opinión pública en contra es terminante, incluida la fiscal Luisa Ortega. Concebida para barajar la crisis, es más bien agua para chocolate, la multiplicará, porque además de ser políticamente gravosa, revela desprecio por los dramas de la mayoría. Nadie explica hasta ahora cuáles serían los urgentes cambios a la Constitución de 1999 que la justifican. ¿Se venció la bicha y es necesario hacerle modificaciones? ¿Cuáles son los graves baches que argumentan su cambio, que si existieran se subsanarían con reformas o enmiendas, como contempla su texto. Pero eso pretende celar el objetivo real: ponerle la mano a un hacha, la Constituyente misma, para decapitar los poderes defensivos de la sociedad y devastar de nuevo el sistema político. Ya lo habían hecho.

Inflación, devaluación, recesión –plantas exóticas hoy en el mundo– se ceban en nuestro pobre país y lanzan a la gente por un tobogán de pobreza y resentimiento. Mientras todo se desestructura, los gobernantes maquinan jugarretas para perpetuarse en el poder y se hacen los locos frente a sus compromisos: que venían a redimir al pueblo de humillaciones y sufrimientos causados por la democracia. Convencieron a la mayoría, con una pequeña ayuda de sus amigos, de que aquí la vida era un infierno, y los aplaudieron, los amaron, les dieron todo lo que pedían, y el resultado es la mayor tragedia social conocida en Venezuela en 90 años. Dieron la espalda, no les importa el rechazo de 80% y confiesan sin ningún rubor que no hacen elecciones porque las pierden. Así son las revoluciones.

La esencia del guaguancó
La esencia de las revoluciones es la ilegalidad y el escamoteo de los hechos, editar las fotografías de la historia, por lo que Lucio Colletti las llamó “imperio de la mentira”. Lenin convierte la falacia abierta en poder. Propone una revolución obrera en un país sin obreros (2% de la población) y un partido obrero aunque de su comité central apenas uno lo es, un sindicalista llamado Tomsky. En octubre de 1917 la revolución la decretan “las comunas” reunidas en el soviet de Petrogrado (soviet es precisamente consejo o comuna) aunque de sus 670 delegados, tres cuartas partes (503) eran fraudulentos y sin respaldo popular, como lo declara María Spiridonova, comisaria del pueblo del gobierno comunista. La oposición se retira en un escándalo y su líder Martov, denunció que el soviet era la mascarada de un golpe militar, “un gobierno de obreros, campesinos y soldados donde no había ni un solo obrero, campesino ni soldado”.

Una de las diferencias de fondo es que los partidos obreros europeos eran de masas, mientras los bolcheviques eran una secta eslavófila. Eso dotó a los primeros de un elemental sentido de la realidad que los ayudó a eludir la ruta del despotismo y torcer hacia la socialdemocracia. En cambio los líderes bolcheviques eran principalmente estudiantes fracasados, un puñado de vagos incapaces de trabajar, mantenidos por sus familiares o amigos, a excepción de Trotsky que siempre se ganó la vida como escritor y periodista. Disociados del entorno social, se asumieron como vanguardia, una cofradía golpista autoritaria divorciada de los intereses y los sentimientos de la mayoría. Nadie podía eludir la atmósfera cultural creada por el terrorismo ruso de Nechayev y Tkachov, que para aquellos años tenía el promedio criminal de tres muertos diarios en más de diez años.

No solo de pan…
La oposición venezolana decidió salir a la calle y la respuesta hasta ahora (2017) ha sido inclemente, furiosa. Dos inhabilitaciones arbitrarias a gobernadores, Constituyente comunal y militar que elimina elecciones presidenciales y de gobernadores y alcaldes. Lo malo para sus postulantes es que la Constituyente nace en medio de la hostilidad de la enorme mayoría ciudadana, a diferencia del fervor de 1999 del que se preciaba Chávez y para él le confería hasta poderes mágicos. A los delegados más que elegirlos, el gobierno les adjudicará los cargos a través de operaciones opacas e ilegales. En vez de ser el REP la base votante, lo será algún nuevo registro de “organizaciones sociales” en el que podrán inscribirse las que el gobierno considere conveniente. En términos simples designarán una asamblea de sus militantes y partidarios para arrasar las instituciones de facto sin pedir autorización a nadie.

Chávez podía realizar todo tipo de operaciones porque ganaba los procesos electorales, generalmente en buena ley. Así velaba su autoritarismo y el mundo lo vio con simpatía. En este caso no hay nada de eso sino la consolidación autocrática con un proceso electoral estilo cubano. Decíamos que se profundizará la crisis porque mientras andan en lo único que parece preocuparles, diseñar tirabuzones para perjudicar a la sociedad que un día los bendijo, les interesa muy poco la desintegración social, la gravedad de las condiciones de vida de la inmensa mayoría. Hace unos años un alcalde revolucionario que inició la decadencia de Caracas, declaró que si se ocupaba del alumbrado y de tener “las calles bonitas”, terminarían colgados de los postes. Esa es la filosofía: no distraerse en que la gente coma y viva. La revolución tiene tareas más urgentes.

@CarlosRaulHer