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Mariza Bafile

La responsabilidad de las mujeres en el poder

Mariza Bafile

No solo Kamala Harris. El gobierno que acompañará al Presidente electo de Estados Unidos Joe Biden contará con la presencia de varias mujeres quienes, por primera vez, ocuparán cargos tan cruciales como el de la Secretaría del Tesoro, que irá a Janet Yellen, el de Inteligencia Nacional que tomará Avril Haines y el de portavoz de la Casa Blanca que asumirá Jen Psaki junto con un team de otras seis mujeres.

Todas ellas cuentan con una larga experiencia que garantiza un trabajo altamente profesional. Sin embargo, la historia enseña que, en el pasado, aun cuando las mujeres resultaran más preparadas que los hombres, no tenían acceso a determinados cargos de poder.

Mientras asistíamos con una profunda sensación de alivio al cambio que imprimirá Biden a la política estadounidense internamente y también a nivel internacional, en el mundo se celebraba el Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra las Mujeres.

Indiferente a las lindas palabras de los políticos, la violencia, en sus diferentes acepciones, sigue condenando a mujeres y niños a vivir en un infierno que muchas veces termina en una tumba. Aun en los países que cuentan con legislaciones que protegen a las mujeres, los índices de violencia son muy altos. En la mayoría de los casos, los maltratadores y los asesinos son miembros de la familia o personas conocidas. Demasiadas veces, cuando la policía encuentra el cadáver de una mujer asesinada, se descubre que la víctima había encontrado el valor de denunciar a su opresor sin obtener la protección que hubiera necesitado. Las denuncias son subestimadas aun cuando los reportes médicos demuestran el maltrato físico, y, en los casos de violación, es frecuente que las víctimas tengan que enfrentar juicios durante los cuales son sometidas a dolorosas humillaciones.

El maltrato hacia las mujeres representa una de las violaciones de derechos humanos más frecuente en el mundo. Las consecuencias a nivel físico y psicológico son tan profundas que a veces resultan irreversibles.

La violencia hacia las mujeres y las niñas no es solamente la que muchas deben soportar en sus casas sino también la que perpetran tradiciones antiguas, religiones y gobiernos. Se traducen en mutilación genital, matrimonios infantiles, penas corporales, limitación de la libertad, ausencia de derechos civiles, falta de acceso al estudio e imposibilidad de autonomía económica.

Actualmente, tras el auge de las redes sociales, otras tipologías de violencia amenazan a las mujeres, en particular a las más jóvenes. Entre ellas el ciberacoso, el sexteo o sexting que consiste en la recepción de mensajes pornográficos no autorizados y el doxing que es la publicación de información privada.

Según el último informe de ONU Mujeres, el 35 por ciento de las mujeres, a escala mundial, ha experimentado alguna vez violencia física o sexual por parte de su pareja, o violencia sexual perpetrada por una persona distinta.

Cada día, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia. Las mujeres y niñas representan un 72 por cierto de las víctimas de trata de seres humanos a nivel mundial.

En 2019 una de cada cinco mujeres de 20 a 24 años se había casado antes de cumplir los 18. Al menos 200 millones de mujeres y niñas de 15 a 49 años han sido sometidas a la mutilación genital femenina en especial en los 31 países en los que se concentra esta práctica. 15 millones de niñas adolescentes de 15 a 19 años han experimentado relaciones sexuales forzadas en todo el mundo. En la inmensa mayoría de los países, las adolescentes son el grupo con mayor riesgo de verse forzadas a mantener relaciones sexuales (u otro tipo de actos sexuales) por parte de su esposo, pareja o novio actual o anterior.

En la Unión Europea, una de cada diez mujeres denuncia haber experimentado ciberacoso desde los 15 años de edad.

La situación, ya de por sí extremadamente grave, ha empeorado hasta límites alarmantes a raíz de la pandemia y los consecuentes confinamientos. Las denuncias de violencia doméstica se han multiplicado en todo el mundo llegando a quintuplicarse en algunos países. La preocupación derivada por el constante incremento de maltratos a mujeres e hijos ha llevado los gobiernos de 48 países a integrar la prevención y respuesta a la violencia contra las mujeres en sus planes de respuesta a la Covid-19. Ya 121 países habían adoptado medidas para fortalecer los servicios prestados a las mujeres sobrevivientes de violencia durante la crisis global. Sin embargo, a juicio de ONU Mujeres es urgente intensificar ulteriormente los esfuerzos.

Frente a esta situación tan denigrante y letal para las mujeres es importante no solamente que algunas logren ocupar puestos de poder rompiendo techos de cristal hasta ahora inquebrantables, sino que lo hagan conscientes de la responsabilidad que tienen hacia todas las mujeres y sobre todo hacia quienes no tienen voz.

Solo transformando la lucha de una en la lucha de todas, el dolor de una en el dolor de todas, la muerte de una en el luto de todas, lograremos educar y sensibilizar a la sociedad entera. Solo así podremos albergar la esperanza de que esa posición que ocupa una mujer significará realmente un paso adelante hacia una sociedad más justa, libre y de pares oportunidades.

@MBAFILE

30 de noviembre 2020

ViceVersa

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La lenta agonía de la democracia en Perú

Mariza Bafile

La democracia peruana languidece. Su enfermedad comenzó en los años ’90 del siglo pasado. Años oscuros que no conocieron de justicia ni de honestidad. El dictador Alberto Fujimori y su mano derecha Vladimiro Montesinos, implementaron un régimen basado en la corrupción y en la amenaza. Destruyeron desde dentro toda regla democrática. Tras su miserable salida de escena, el legado quedó en manos de sus simpatizantes y de los hijos de Fujimori.

A lo largo de los años el cáncer inoculado por el fujimorismo ha hecho metástasis. Ética y responsabilidad se han ido diluyendo entre olas de corrupción que han invadido cada partido y cada espacio institucional. En particular el Congreso, símbolo de las democracias, transformado en un mercado de influencias y de poder.

De poco sirvieron los esfuerzos realizados por algunos magistrados de intachable honestidad, y las denuncias repetidas de una prensa que no se deja comprar. La “primavera” peruana durante la cual pareció posible reconstruir un país curando las heridas del pasado y transformándolas en oportunidades para el futuro, fue tristemente breve.

La mayoría de los políticos no cambió su modus vivendi y el escándalo Lava Jato destapó una cloaca de corrupción que parecía sin fondo y que involucraba a congresistas de todos los partidos y movimientos.

Se abrió una vorágine que, en un primer momento, pareció engullir lo peor de la corrupción y una vez más afloró la esperanza de una nueva clase política más honesta. La realidad ha resultado muy diferente y los escándalos y acusaciones de corrupción han erosionado todavía más la relación entre los poderes ejecutivo y legislativo. Las tensiones, derivadas en una verdadera guerra sin exclusiones de golpes, han generado un terremoto que comportó la destitución de cuatro Presidentes en cuatro años, tres de ellos en poco más de una semana.

El primer Presidente en dimitir fue Pedro Pablo Kuczynski, envuelto en acusaciones de corrupción, en 2018. Le sucedió Martín Vizcarra, un Jefe de Estado quien no contaba con apoyos en el Congreso y además tenía que lidiar con la oposición dura de los fujimoristas. Los congresistas de esa bancada no perdonaron a Vizcarra la aparente apertura hacia ellos, anterior a su elección, y luego su posterior oposición a la liberación de Alberto Fujimori y de su hija Keiko. El primero está acusado de crímenes contra la humanidad y la segunda de lavado de dinero durante la campaña presidencial de 2011. Según la Fiscalía habría recibido un millón de dólares de la constructora Odebrecht.

Sin embargo, los fujimoristas no son los únicos en luchar por intereses propios. Prácticamente todos los congresistas siguen aferrados a sus intereses económicos y políticos y son reacios a perder su cuota de poder.

Cuando finalmente lograron destituir a Vizcarra, tras acusarle de supuestos sobornos mientras era gobernador de Moquenga, en el sur del país, y entronizar al Presidente del Congreso Manuel Merino pensaron que habían sometido definitivamente al poder ejecutivo y que estarían libres de legislar sin frenos según sus intereses.

No contaron con la reacción de la población y sobre todo de los jóvenes.

La indignación explotó y llenó las plazas. Fue la reacción desesperada de una población agobiada tras meses de acusaciones de corrupción, de crisis económica con consecuente deterioro del sector de las pequeñas y medianas empresas, de un constante aumento del desempleo y del trabajo informal, y, sobre todo, tras la expansión del Covid-19 que ha contagiado a casi 950mil personas y ocasionado la muerte de más de 35mil. Crear una crisis política en un momento en el cual la población necesita un guía serio, coherente y confiable fue un error imperdonable.

Millones de personas se han volcado a las calles en manifestaciones pacíficas a lo largo y ancho del país. Los jóvenes tomaron la batuta y mostraron una gran capacidad de organización.

Frente a una participación tan oceánica como inesperada, el neo Presidente, presa del pánico, reaccionó de manera brutal. La policía con un despliegue de fuerza tan excesivo como inútil reprimió las protestas con violencia. El saldo fue de dos jóvenes asesinados, más de cien heridos y varios desaparecidos.

La indignación, lejos de disminuir, siguió creciendo, la población no se alejó de las calles y finalmente logró que Manuel Merino dimitiera al igual que varios otros parlamentarios.

Una afanosa negociación siguió día y noche para evitar el peligroso vacío de poder que había dejado la salida de Merino.

Finalmente se llegó a un acuerdo y asumió la presidencia Francisco Sagasti, ingeniero y profesor universitario. Sagasti había estado alejado de la vida política, hasta las últimas elecciones durante las cuales aceptó presentar su candidatura como vicepresidente al lado del economista Julio Guzmán, leader de Morado un partido de centro, quien corría para la Presidencia.

Las elecciones de Sagasti antes a la Presidencia del Congreso y luego a la Presidencia del país, y la de Mirtha Vázquez, del Frente Amplio, a la Vicepresidencia, han devuelto la calma a Perú y evitado la destrucción total de la democracia.

Ahora Sagasti deberá dirigir el país hasta las próximas elecciones de abril. No serán meses fáciles. Y no lo serán para ningún Presidente si no cambiarán las reglas ocultas que mueven el poder en Perú.

@MBAFILE

23 de noviembre 2020

ViceVersa

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Kamala Harris: soñar es posible pero…

Mariza Bafile

“La democracia no es un hecho sino un acto”. Con esta frase, pronunciada en su primer discurso, tras decretarse la victoria de Biden a la presidencia y de la suya a la vicepresidencia, Kamala Harris nos puso en alerta sobre la fragilidad, no solo de la democracia sino de todas las conquistas sociales. Cuando, conmovida recordó el largo y difícil trabajo hecho en los años pasados por su madre y muchas otras mujeres, también nos habló de la vulnerabilidad de los derechos de las mujeres. Es importante recordar el pasado para avanzar hacia el futuro.

Fueron suficientes cuatro años para que un Jefe de Estado como Donald Trump pusiera en riesgo importantes logros, fruto de años y años de lucha. Al igual que muchos otros populistas, manipuló rabias y frustraciones de largo estratos de la población. Dejó que afloraran sin ningún tipo de recato, los sentimientos más nocivos para cualquier sociedad: xenofobia, el racismo e intolerancia hacia quienes piensan y sienten diferente. Buscó el apoyo de los fanatismos para mantenerse en el poder a costa de los derechos de las mujeres, de la comunidad LGTBQ+, de los inmigrantes y de los refugiados.

Cuatro años fueron suficientes para romper una tradición de trasparencia, un lenguaje respetuoso y de aprecio hacia la verdad. Trump nunca habló como presidente de toda una nación sino únicamente de los sectores que lo apoyan.

Las divisiones se han profundizado. No será fácil recomponer un tejido tan desgarrado en el cual gran parte de la sociedad es incapaz de ver en el opositor político a otro ser humano con ideas diferentes. El opositor, en los cuatro años de Trump, se ha transformado en el enemigo. Su ex asesor Bannon llegó al extremo de declarar públicamente que le gustaría enzarzar las cabezas del reconocido médico Antony Fauci y de Christopher Wray, director del FBI, en unas picas, “a cada lado de la Casa Blanca, como una advertencia a los burócratas federales, de que o se atañen al programa o están fuera».

En 2019, según un estudio de Southern Poverty Law Center, en Estados Unidos se detectaron 940 grupos de odio. Es un mapa de la intolerancia, un mapa que habla de personas dispuestas a todo con tal de imponer sus ideas, su religión, sus reglas.

La presencia de Trump en la Casa Blanca favoreció la multiplicación de estos grupos, les dio visibilidad y credibilidad. Hasta llegar a colocar una partidaria del sitio web QAnnon, cuya finalidad es justamente la de difundir odio, rabia y temores, en un Congreso que es el mayor símbolo de la democracia.

En solo cuatro años logró empañar la imagen de los republicanos, de un partido otrora respetado, cuyos miembros, en su mayoría, no tuvieron el valor de distanciarse de un cierto modo de hacer política con tal de no perder el poder.

En solo cuatro años el presidente logró poner en grave riesgo la vida del planeta. Es gracias a su apoyo que otro populista de derecha, Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, está permitiendo la destrucción de la foresta amazónica y de las poblaciones que allí viven.

En solo cuatro años las relaciones internacionales de Estados Unidos con el mundo democrático se han deteriorado y su presencia en los organismos multilaterales se ha debilitado. Y, finalmente, la ciencia ha sido denigrada, ignorada en un momento en el cual la sabiduría médica es la única arma para combatir una pandemia que ha matado a más de 1,29 millones de seres humanos en todo el mundo y de ellos 243mil en Estados Unidos y 164mil en Brasil.

“La democracia no es un hecho, es un acto”. Si hubiera todavía alguna duda sobre la veracidad de estas palabras bastaría analizar la actitud del Jefe de Estado en estos últimos días. Con tal de no salir del Estudio Oval, está dispuesto a arrasar con todas las reglas democráticas, poniendo en duda un pilar fundamental como el voto y por ende la legitimidad de Biden y Harris.

Kamala en su discurso subrayó, asimismo, el logro que significa tener, por primera vez, en la vicepresidencia a una mujer que, además, es de piel oscura y tiene raíces afro-caribeñas e indianas. “Este es el país en el cual soñar es posible”, dijo.

Y estamos de acuerdo con ella quien rompió uno de los techos de cristal más duros de la historia de las mujeres.

Sin embargo, es bueno recordarle a todos, y no solamente a las mujeres, que los techos de cristal así como se rompen pueden recomponerse más fuertes que antes, que la lucha para los derechos humanos no conoce fin, que las conquistas sociales son vulnerables si no velamos por ellas. Solo así los sueños podrán transformarse en realidad.

@MBAFILE

16 de noviembre 2020

viceVersa

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Cuando no hay justicia, la democracia se debilita

Mariza Bafile

Una vez más una muerte, una vez más una injusticia. Breonna Taylor, una mujer afroamericana, el pasado 13 de marzo murió acribillada por ocho proyectiles disparados por tres policías que irrumpieron en su casa en medio de la noche. Murió sin saber por qué, murió a los 26 años, murió tras dedicar horas y horas de su tiempo cuidando a los demás, siendo ella técnica en emergencias sanitarias. Los policías entraron en su apartamento, aparentemente sin aviso previo, amparados en la ley que permitía realizar registros sin tocar a la puerta.

Todas las excusas que aportaron para justificar lo injustificable, cayeron poco a poco. Ni Breonna ni su novio Kenneth Walker estaban implicados en tráfico de droga. Él tenía licencia para portar el arma con la cual intentó defenderse, al no saber quiénes estaban invadiendo su casa con tal violencia. Kenneth disparó e hirió a un agente en la pierna. Los tres policías quienes, supuestamente, están entrenados para enfrentar situaciones peligrosas, pensando que habían entrado en un refugio de delincuentes, dispararon varios proyectiles y mataron a una mujer indefensa. Kenneth salió ileso de esa agresión tan increíblemente absurda.

A pesar de todo, después de meses pidiendo que los tres policías pagaran por un error que causó la muerte de una joven inocente, la jueza de Kentucky Annie O’Connell condenó solamente a uno de ellos, a Brett Hankinson, por “conducta peligrosa” hacia el prójimo en primer grado. Una condena mucho más suave de la que conllevaría una acusación de homicidio.

De nuevo se prendieron las protestas, de nuevo miles de personas se volcaron en las calles para expresar su rabia y su desilusión. Se agudizan las divisiones en una sociedad gravemente polarizada y crecen las tensiones en vista de las próximas elecciones.

Un veredicto como el que ha dictado la jueza O’Connell tiene muchas más consecuencias de las que significa una injusticia hacia una muerta inocente y su familia. Es una piedra más en el camino de la pérdida de confianza en la policía, en la justicia, y por ende en las instituciones democráticas.

Temer a las fuerzas de policía tanto o más que a los delincuentes es un síntoma de democracias débiles, regímenes autoritarios y dictatoriales. Sin embargo, en los Estados Unidos los afroamericanos viven desde siempre con ese temor y una profunda desconfianza en la justicia. Sentimientos que cada vez más comparten amplios sectores de la sociedad.

Es posible que esa condena quite unos años de prisión a un policía y deje sin cargos a otros dos; sin embargo, lo hace a costa de la reputación de dos instituciones claves en las democracias: los Cuerpos de Seguridad y el Sistema de Justicia.

Y, cuanto más se debilitan las instituciones, tanto más espacio dejamos para el desencanto hacia los sistemas democráticos y la consolidación del populismo. Es importante cambiar radicalmente esa situación. Para que se pueda construir un clima de confianza es necesario que la policía evite los abusos y los jueces dejen de privilegiar a un sector de la sociedad en detrimento de otro.

Para promover esos cambios es necesario participar activamente en la vida política. Quizás pocas veces ha sido tan importante ejercer el derecho de voto, como ahora.

En estos últimos cuatro años, hemos asistido en diferentes ocasiones a la falta de respeto del actual presidente hacia las instituciones y la ética democrática. En estos días ese irrespeto se ha vuelto groseramente evidente, cuando decidió nombrar a un nuevo juez de la Corte Constitucional en los últimos días de su presidencia. No trata ni de mimetizar su falta de consideración por la muerte de una Jueza tan importante como Ruth Bader Ginsburg y menos aún por esas reglas no escritas que garantizan una armonía entre sectores de la sociedad y partidos diferentes.

Es evidente que, en Estados Unidos, más allá de las justas reivindicaciones de la comunidad afroamericana, lo que está en peligro es la democracia.

El voto es el único camino para salvarla.

@MBAFILE

28 de septiembre 2020

ViceVersa

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Vivir sin RBG

Mariza Bafile

Todos sabíamos que su vida estaba sujeta a un hilo finísimo, el hilo de una voluntad de hierro que desafió la muerte durante muchos años hasta que, finalmente, tuvo que darse por vencida. Ruth Bader Ginsburg, jueza amada y odiada con igual pasión, aguantó los dolores de un cáncer que la iba carcomiendo por dentro, con tal de salvar los ideales a los cuales ha dedicado su vida entera. No los ha olvidado ni cuando supo que la vida se iba alejando de su cuerpo. Las últimas palabras que dirigió al país, las dejó en una carta en la cual pide que no elijan a su sustituto en la Corte Constitucional, antes de las votaciones.

Una petición que se dirige al corazón, al sentido ético de un pueblo. Mas, que puede ser desoída por los políticos. Dependerá de la fuerza que tendrán quienes desearían borrar muchos de los derechos humanos de los cuales hoy gozamos. Derechos a los cuales dedicaron y dedican su vida personas como Ruth Bader Ginsburg.

Las mujeres le debemos no solamente la aprobación de leyes fundamentales como la que garantiza el derecho al aborto, sino también el respeto en una sociedad en la cual se esconden corrientes profundamente machistas, una sociedad patriarcal que anhela someter el cuerpo y la mente de las mujeres.

Nadie puede olvidar su célebre frase en el Tribunal: “No pido favores para mi sexo pido que dejen de pisotearnos”. Han pasado muchos años desde el momento en el cual ella pronunció esas palabras y sin embargo, siguen siendo de gran actualidad.

Ruth Bader Ginzburg defendió enérgicamente los derechos de las minorías, todas las minorías. Nadie debe olvidarlo a menos de dos meses de las elecciones.

No deben olvidarlo las mujeres, pero tampoco la comunidad LGTBQ+, los inmigrantes, los afroamericanos. No deben olvidarlo los latinos. La xenofobia golpea a todos, independientemente de su condición legal.

Lo más probable es que en estas últimas semanas y con el panorama que deja la silla vacía de RBG, grupos religiosos y sobre todo los evangelistas, afilen sus armas y redoblen los esfuerzos para lograr la reelección de Trump.

Igual énfasis pondrá la Rusia de Putin bien interesada en debilitar los derechos humanos en el mundo. En la misma línea se encontrarán la China y todos los gobiernos autocráticos, dictatoriales y los partidos de derecha extrema. Crecerán las fake news y los ataques en las redes que habrá que desenmascarar y denunciar.

La única posibilidad de evitar un retroceso gravísimo en la historia de la humanidad es que todos vayan a votar y que lo hagan a sabiendas de lo que podrían perder.

Ruth Bader Ginzburg nos enseñó que los derechos de los cuales gozamos no son productos de la casualidad. Son el resultado de muchas batallas. Ahora nos toca a nosotros tomar el mando, y, en este momento, salvarlos con un voto.

Miles de jóvenes lloran la muerte de esta Juez inolvidable. Quizás, viendo su reacción, los líderes demócratas, no solamente de Estados Unidos, sino de todo el mundo occidental, entiendan que ha llegado el momento de volver a construir un camino de ideales acorde con nuestros tiempos, ideales que logren darle nuevamente sentido a la política, único baluarte contra los populismos.

La mejor manera de honrar a Ruth Bader Ginzburg es la de tomar consciencia de nuestras responsabilidades.

@MBAFILE

Septiembre 21, 2020

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Colombia: Adiós sueños de paz

Mariza Bafile

La paz, tan anhelada por los colombianos, y que parecía estar más cerca que nunca, tras los acuerdos firmados por el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas) se está desmigajando día tras día. Sigue creciendo, por lo contrario, la estela de muertos, desaparecidos, desplazados en un caos de violencia que tiene rostros e intereses diferentes.

Las torturas y asesinato del abogado Javier Ordóñez a manos de la policía han desatado una fuerte ola de protestas en Bogotá, protestas reprimidas, una vez más, por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), harto conocido por el uso excesivo de la fuerza contra los manifestantes. Ordóñez fue sometido a muchas descargas eléctricas fuertes y prolongadas. Cuando finalmente lo trasladaron a un centro de atención sanitaria ya estaba muerto. La rabia de la población se desató con igual violencia. Los manifestantes incendiaron algunas instalaciones de policía y los enfrentamientos dejaron un saldo de 7 muertos y 248 heridos. La mayoría muy jóvenes.

Los excesos policiales ya son recurrentes en Colombia y sobre todo en la capital. El “delito” de Javier Ordóñez, padre de dos adolescentes de 15 y 11 años fue el de haberse quedado a tomar alcohol con algunos amigos, a pesar de las restricciones impuestas por la pandemia. Su muerte, al igual que la de George Floyd en Estados Unidos, ha quedado documentada en un video en el cual se ve a los agentes quienes le siguen agrediendo con la pistola eléctrica Taser, a pesar de sus súplicas.

Es violencia que se suma a la violencia. En la frontera con Venezuela, sobre todo, pero no solo, se multiplican las masacres y los enfrentamientos entre grupos criminales. Narcotraficantes, neoparamilitares, guerrilleros disidentes, guerrilleros del ELN, delincuencia común se mezclan en un cocktail de muerte y terror que ha retrocedido a los colombianos a los peores años del conflicto interno. Crecen peligrosamente también las cifras de las agresiones y asesinatos de líderes comunitarios, delitos que, en su mayoría, quedan impunes.

Una anarquía criminal, que lucha por cuotas de poder, se enfrenta a un estado incapaz de oponérsele, y mucho menos de diseñar una estrategia política capaz de atacar las razones de fondo de ese doloroso descontrol.

En el mientras, el Presidente Duque sigue culpando al exmandatario Juan Manuel Santos, aun después de dos años de gobierno, y defendiendo a su mentor Álvaro Uribe, investigado y obligado a los arrestos domiciliarios, por presunto soborno y manipulación de testigos. Las acusaciones contra Álvaro Uribe volvieron a prender los reflectores sobre una de las páginas más vergonzosas de la historia colombiana, la de los “falsos positivos”. Es decir, civiles ejecutados por los militares y presentados, luego, como guerrilleros armados. Entre el primero y el segundo mandato del presidente Uribe se llevó a cabo el 97 por ciento de las más de dos mil ejecuciones extrajudiciales perpetradas entre 1998 y 2014, según datos de la Fiscalía.

Es evidente que la seguridad es el talón de Aquiles del actual Jefe de Estado Iván Duque, quien, antes o después, deberá asumir sus responsabilidades y dejar de acusar al gobierno anterior. A pesar de todas las debilidades y necesidad de correcciones que podían presentar los acuerdos de paz firmados por Santos, nadie puede negar que representaron un paso significativo hacia la pacificación de Colombia. Sin embargo, para que esa paz fuera real y duradera era necesario un seguimiento y sobre todo la implementación de políticas que favorecieran el desarrollo social y económico de las áreas más frágiles, garantizando seguridad y justicia. Solo una inclusión real de esas zonas del país podrá romper el círculo de pobreza, deterioro, injusticia, violencia, y poner fin a unas asimetrías regionales tan profundas como las que existen en Colombia.

Lejos de asumir esos compromisos, pareciera que, una vez más, el gobierno no solamente abandona a su destino a gran parte de la población, sino que se muestra incapaz de disminuir los desmanes policiales en la capital.

Duque superó la mitad de su primer mandato, en medio de un profundo malestar social. La emergencia causada por la pandemia y la crisis económica agravan aún más el panorama. Su recta final, antes de las próximas elecciones, se perfila particularmente complicada y decididamente en subida. En el mientras, los sueños de paz de los colombianos parecen destinados a disolverse en el aire como burbujas de jabón.

@MBAFILE

Septiembre 14, 2020

ViceVersa

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El despertar de Estados Unidos

Mariza Bafile

La pandemia y la horrible muerte de George Floyd han sido los desencadenantes que han obligado a los norteamericanos a mirarse en el espejo de sus fallas y debilidades. La indiferencia soporífera, alimentada por un crecimiento económico estable y una tasa baja de desempleo, fue sustituida por una gran desazón frente a una realidad que apareció en toda su crudeza. Se volvieron evidentes las profundas desigualdades sociales, los problemas que conllevan sistemas sanitarios y educativos elitistas, la precariedad habitacional y las plagas del racismo y de la xenofobia.

El Covid-19 y la agonía de George Floyd, otro afroamericano fríamente asesinado por un policía blanco, desgarraron el velo tras el cual se esfumaban dolor, sufrimiento, inequidad.

Una infinidad de ciudadanos, de diferentes tendencias políticas, en su mayoría jóvenes, pero no solo está olfateando el peligro de seguir andando por el camino de la apatía y rumbo a un futuro que podría ser aun peor que este presente.

Las elecciones, cada vez más próximas, son un aliciente para aquellas personas que ya no confían en la actitud errática e imprevisible del actual Presidente y piden un cambio que mejore la calidad de vida de todos, garantizando iguales oportunidades de salud, educación y justicia.

Joe Biden, candidato demócrata, esperó hasta el último momento para decidir con quien compartir la Presidencia. Se sabía que iba a ser una mujer y no porque era considerado “políticamente correcto” sino porque, durante las primarias, las mujeres candidatas han mostrado una gran capacidad de análisis, debate y claridad. Ellas son solamente la punta del iceberg de otras muchas quienes ocupan lugares de gran responsabilidad dentro de la administración pública.

El abanico de nombres que tenía en su escritorio Joe Biden iba de la exconsejera de Seguridad Nacional Susan Rice, a la senadora Elizabeth Warren, a la congresista Karen Bass o a la alcaldesa de Atlanta, Keisha Lance Bottoms. Todas ellas tienen un curriculum que hubiera garantizado una buena gestión en calidad de vicepresidenta.

Sin embargo, Biden también sabía que esta vicepresidencia iba a ser particularmente importante no solamente para ayudarlo a ganar las elecciones. En consideración de su edad, 77 años, no sabe si, entro de 4 años tendría la fuerza de presentarse para una reelección. De no hacerlo dejaría el camino abierto a su vicepresidente quien debería tener suficiente carisma y curriculum no solamente para acompañarlo durante este primer mandato sino para competir y ganar las elecciones de 2024.

Finalmente, el candidato demócrata escogió a Kamala Harris, desafiando con ella tres tabúes: ser mujer, ser afro-caribeña-asiática, ser hija de inmigrantes.

Kamala Harris, senadora por California, está acostumbrada a romper techos de cristal. Tras ser Fiscal del distrito de San Francisco fue la primera mujer afro-caribeña-asiática y naturalmente estadounidense ya que nació en Oakland, en llegar a ocupar el puesto de Fiscal General de California.

Es hija de inmigrantes. Su madre, médico, era originaria de India y su padre, quien es catedrático, de Jamaica. Una familia que enseñó a las hijas que no hay metas imposibles, pero que por su condición y sexo iban a tener que luchar con más firmeza y convicción. También les enseñó a llevar con orgullo el color de su piel y a respetar y conocer tradiciones y culturas de sus ancestros.

Kamala Harris con su experiencia garantiza asimismo el respeto de la justicia. Antes de ser senadora fue Ministro de Justicia de California, cargo que administró con gran firmeza. Una de las cualidades que posiblemente apreció Biden en ella, es su moderación. Él sabe que el país necesita reconstruir un tejido social que en los últimos cuatro años se ha deshilachado notablemente. Desea contar con el apoyo de alguien dispuesto a luchar, pero no a dividir.

La candidatura de Kamala Harris es un logro importante para las mujeres, pero, sobre todo es el rescate de los tantos inmigrantes humillados y maltratados, y de los afroamericanos quienes han sido víctimas de innumerables injusticias y en algunos casos han perdido la vida, como George Floyd, por un estúpido sentido de superioridad de algunos blancos.

@MBAFILE

Agosto 17, 2020

ViceVersa

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Símbolos y lenguaje

Mariza Bafile

La muerte de John Lewis, histórico congresista demócrata afroamericano, hubiera sido motivo de luto y dolor en cualquier momento. Sin embargo, nunca como ahora, es importante recordar las luchas que ha llevado adelante, durante toda su vida, como militante antes y congresista después, para defender los derechos de la comunidad afroamericana. Nacido en Troy, Alabama, en los años ’40 del siglo pasado, Lewis sufrió en primera persona la violencia, las humillaciones, las injusticias del racismo.

Amigo de Martin Luther King, estuvo a su lado con firmeza y valor. Como él creyó en la no violencia y fue el presidente más joven de the Student Nonviolent Coordinating Committee. En 1963, durante la inolvidable manifestación en la cual King lanzó su famoso discurso I have a dream, Lewis habló al numeroso público siendo el líder más joven en tomar la palabra. Más tarde fue uno de los Big Six que organizaron la célebre marcha de Selma. En esa ocasión con violencia inusitada la policía le golpeó causándole la fractura de cráneo.

John Lewis, a lo largo de su vida fue testigo de muchas agresiones. Asistió al linchamiento de su amigo Jim Zwerg, por parte de un grupo de hombres, mujeres y niños blancos. Su cuerpo fue herido más de una vez, pero nunca nadie logró doblegar su alma. Lewis, quien fue reelecto durante más de 30 años con mayorías abrumadoras, luchó, luchó siempre, incansable, no solamente para defender los derechos de los afroamericanos sino también los de otras minorías como por ejemplo los inmigrantes. Más de una vez levantó su voz para criticar duramente la política migratoria del presidente Trump.

Cuando nació el movimiento Black Lives Matter, en 2013, Lewis lo apoyó de inmediato. La consigna que la escritora Alicia Garza, puso en una carta dirigida a la comunidad afroamericana, ha sido repetida miles de veces no solamente en Estados Unidos sino en todo el mundo. Garza la escribió tras la muerte, a manos del capitán de vigilancia George Zimmermann, de Trayvon Martin, un muchacho afroamericano de 17 años. A pesar de todas las evidencias que demostraron que Martin no había hecho nada que pudiera despertar sospechas o amenazas y por ende causar la reacción violenta de Zimmermann, su asesino fue absuelto.

Black Lives Matter, con un hashtag, se ha transformado en el lema de quien lucha contra el racismo, la desigualdad del sistema judicial, los excesos policiales y la violencia de los supremacistas blancos.

Sin embargo, ni las manifestaciones, ni las protestas, ni las acciones de algunos políticos, lograron erradicar el racismo que sigue latente en una parte de la sociedad norteamericana. Después de Trayvon muchos sufrieron violencia y otros murieron a manos de la policía. La población afroamericana sigue siendo profundamente discriminada. El racismo se traduce en menores oportunidad de estudio, de salud, de desarrollo personal y profesional. Injusticias que se están poniendo en evidencia en estos tiempos de pandemia.

La mayoría de las víctimas del coronavirus es afroamericana. Y todos pudimos asistir a los últimos minutos de George Floyd, asesinado con frialdad por un policía mientras otros colegas, indiferentes a las protestas de la gente, no hicieron nada para evitarlo.

Oleadas de personas se han lanzado a la calle pidiendo justicia después de ese enésimo acto de violencia. La mayoría lo hizo pacíficamente. Pocos aprovecharon la ocasión para realizar actos vandálicos contra algunos establecimientos comerciales.

No faltaron quienes lanzaron al piso estatuas que representan a personajes de la historia norteamericana que apoyaron el esclavismo y fueron ellos mismos esclavistas.

Inmediatamente se levantaron voces diversas para criticar esas acciones. Personajes de reconocida vocación democrática sintieron la obligación de censurar el derribo de las estatuas.

Es verdad que se vuelve difícil apoyar la destrucción de una obra de arte. Sería como justificar la quema de los libros perpetrada por las peores dictaduras de la historia. Sin embargo, hay que considerar que los símbolos tienen un gran valor.

Las estatuas podrían ser guardadas en un Museo, a recuerdo de unas páginas dolorosas de la historia de Estados Unidos.

Quitarlas de las plazas no eliminaría ese pasado, que es tan reciente y sigue siendo una herida abierta dentro de la sociedad norteamericana. Mas, sí se eliminaría la exaltación de esa historia. Quitando las estatuas de las plazas, se dejaría de ofrecer un lugar heroico a personajes que causaron muerte y dolor y se evitaría a muchas personas la humillación de verlas y recordar, día tras día, el sufrimiento de su gente. ¿Cuántos de nosotros aceptaríamos ver, en una plaza pública, la escultura de un serial killer, de un genocida, de un ladrón o de un violador? ¿Cuántos aceptaríamos ver la representación en bronce o mármol de una persona que ha matado, torturado, humillado a un familiar?

Los símbolos, así como el lenguaje, tienen un gran valor. Símbolos y palabras son una representación de nuestra cultura, de nuestra manera de ser y de ver. Ellos contribuyen a la creación de la historia contemporánea.

Considerar “normales” ciertas imágenes, afirmaciones, carteles publicitarios o estatuas, que contienen mensajes de discriminación y exclusión, significa considerar “normales” esos mismos mensajes.

Luchar para que ciertos símbolos y expresiones lingüísticas cambien, no modifica el pasado, pero sí puede cambiar el futuro.

Julio 27, 2020

@MBAFILE

ViceVersa

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Crímenes de Estado

Mariza Bafile

La imagen de las 100 tumbas que activistas de la Ong Rio de Paz cavaron en la playa de Copacabana para recordar a las víctimas del coronavirus en Brasil muestra, sin necesidad de muchas palabras, la dolorosa realidad que vive ese país desde que apareció el Covid-19 en el mundo.

Brasil y Estados Unidos son las naciones con el más alto número de contagios y de muertos por coronavirus. En Venezuela y Nicaragua, la pandemia está mostrando en toda su crudeza el desastre económico y democrático que ambos países viven desde que en ellos se instalaron los gobiernos de Nicolás Maduro y Daniel Ortega respectivamente. Desastres que hoy más que nunca golpean a una población probada por años de privaciones y violencias. En otras naciones, salen a relucir las limitaciones de un sistema de salud pública demasiadas veces abandonado a su proprio destino, en aras de la sanidad privada.

En Brasil y Estados Unidos los respectivos presidentes, lejos de rodearse de médicos y científicos que los ayuden a tomar decisiones sensatas con el fin de salvaguardar la vida y salud de sus ciudadanos, han procedido a denigrar los consejos de los investigadores y a subestimar el peligro que representa la pandemia.

Con una actitud que nos recuerda a los machos de barrio, se han paseado entre la gente sin mascarillas, transformándolas en un símbolo de la oposición, han organizados reuniones y mítines que aglomeraron a miles de personas, se encomendaron a visionarios laicos y a evangélicos exaltados elogiando los efectos de la cloroquina y de los rezos. Inútil el esfuerzo de muchos gobernadores quienes han intentado y siguen intentando frenar los efectos mortales de la pandemia.

Resultado: la curva de los contagios y de los muertos va en aumento en ambos países. Hablamos de más de tres millones y medio de enfermos y casi 180 mil muertos en Estados Unidos y de casi dos millones de contagiados y más de 75 mil muertos en Brasil. Cifras que aumentan hora tras hora.

En estos días Trump, quien no deja que nadie se le acerque sin antes demostrar que no es positivo al virus, apareció por primera vez en público con una mascarilla y Bolsonaro se ha infectado y está en cuarentena. Una cuarentena de lujo en su hermosa casa y contando con la atención de los mejores médicos. Una cuarentena muy diferente de la que está sometida su gente.

Tanto en Estados Unidos como en Brasil la mayoría de los enfermos y de los muertos son las personas más humildes. En Estados Unidos son sobre todo afroamericanos y latinos mientras que en Brasil el virus arrasa en las favelas y sobre todo entre los indígenas de Amazonia.

Cuando todo empezó Bolsonaro, incapaz de empatía alguna con el dolor ajeno, dijo que lo sentía pero que antes o después todos vamos a morir. Su actitud irresponsable e irrespetuosa hacia la ciencia obligó a dos ministros de Salud a dimitir. Su respuesta fue la de poner ese ministerio tan importante en estos momentos, en manos de los militares, con resultados aun más catastróficos ya que la mayoría de ellos no entiende nada de medicina.

Con la presencia de los militares en el Ministerio de Salud no solamente se ha dejado de tomar las medidas adecuadas para frenar el contagio por coronavirus, sino que se han paralizado todos los planes para enfrentar otras enfermedades igualmente graves como por ejemplo diabetes o dengue.

Por su parte el Presidente Trump y sus acólitos se están dedicando a desacreditar a Antony Fauci, reconocido epidemiólogo quien ha trabajado con presidentes demócratas y republicanos mostrando rectitud y seriedad científica. Su única culpa ha sido la de decir la verdad y por ende contradecir las palabras del Jefe de Estado.

Es realmente desolador el panorama que presentan estos y otros países que son liderados por mandatarios incapaces de velar por la salud y las vidas de sus ciudadanos.

Miles y miles de personas, con políticas diferentes, hoy estarían todavía entre nosotros. Y muchas otras no estarían lidiando con las consecuencias que deja el virus, aun después de haber superado la enfermedad, sobre todo si la enfrentan en situaciones de precariedad absoluta como pasa en Venezuela.

Cuando alguien comete un crimen, sobre todo cuando ese crimen conlleva a la muerte de la víctima, interviene la justicia y lo más probable es que esa persona termine su vida en una cárcel.

Sin embargo, cada día asistimos a crímenes masivos cuyos culpables son los malos gobiernos.

Vemos la imagen de las cien tumbas en la playa de Copacabana, otrora símbolo de alegría. Cien tumbas que representan solo una ínfima parte de las que se cavaron para enterrar a los muertos de las últimas semanas.

Vemos el sufrimiento de quien vive en condiciones de pobreza extrema a causa de años de mal gobierno, de quien sigue en una cárcel por los caprichos dictatoriales de sus gobernantes, de quien está lidiando con las enfermedades en sistemas de salud colapsados. Vemos la lucha constante de los sanitarios y los científicos que no descansan para salvar vidas.

Vemos todo eso y sabemos que lo peor que puede pasarle a quien está causando tanto daño es… perder unas elecciones.

20 de julio 2020

@MBAFILE

ViceVersa

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Genocidio indígena

Mariza Bafile

Se llamaban Original Yanomami y Marcos Yanomami. Tenían 24 y 20 años. Fueron asesinados el 12 de junio en la frontera entre Brasil y Venezuela. Sin embargo, la noticia de sus muertes tardó muchos días para salir de la selva y llegar a nuestro mundo. Al igual que otros indígenas, Original y Marcos sacrificaron sus vidas para defender la tierra. Sus pueblos están tan apartados que los llaman indios no contactados. Lo único que piden es vivir tranquilos en el territorio que habitan desde hace muchas generaciones. Sin embargo, están perennemente acechados por garimpeiros, mineros, agricultores, narcotraficantes, peligros que enfrentan en total soledad.

Lejos de ayudarlos, el presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro les declaró la guerra desde el primer día. De poco sirven las intervenciones y denuncias de las Ong’s que luchan por sus derechos tanto en Brasil como en otros países. Las voces de esos Guardianes de la Selva raras veces logran superar el muro de indiferencia que rodea sus vidas.

En un video de Survival International, el chamán Davi Kopenawa Yanomami, portavoz del pueblo indígena yanomami dice: “Todo el mundo habla de la Amazonia, entonces nosotros queremos que ustedes nos escuchen, que nos presten atención a mí y a mi pueblo”. Kopenawa Yanomami desempeña un papel fundamental en la campaña: #StopBrazilsGenocide.

En estos días, a los peligros de siempre se añade otro, tan mortal que podría llevar al exterminio de poblaciones enteras: la Covid-19. El primer muerto indígena por coronavirus fue Alxanei Xirixana, un joven de 15 años quien vivía en el poblado de Rehebe, a lo largo del río Uraricoera, meta de muchos buscadores de oro. Lo más probable es que el virus haya llegado con uno de ellos.

En los días siguientes las cifras de muertos y contagiados se ha incrementado muchísimo, así como el nivel de alarma de las organizaciones que monitorean la situación de esas comunidades. Una de las últimas víctimas del coronavirus fue Paulinho Paiakan, respetado jefe de la tribu Caiapó Bep’kororoti. Su firmeza y valor, lo habían transformado en uno de los líderes indígenas más amado. Muchas las batallas que ha llevado adelante durante toda su vida hasta llegar a la última, contra un virus invisible que logró vencerlo.

La vida de los indígenas en Brasil está en riesgo. Hoy más que nunca. Lo reflejan las palabras de otro líder muy carismático, Raoni Metuktire, quien, en un video lee una carta en la cual pide ayuda al mundo para proteger a su gente de la pandemia. A través de la Asociación francesa Planete Amazone, Metuktire pedía reunir 10 mil euros que servirían para comprar material para la pesca, combustible y algunos productos necesarios para la sobrevivencia de los pueblos más apartados.

También la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) lanzó un Plan de “Emergencia indígena” para implementar medidas de prevención y conseguir fondos que les permitan realizar acciones directas de cooperación para la lucha contra la Covid-19 entre los pueblos originarios.

Según datos de varias Ong’s, de la Universidad Federal de Minas Gerais y de la Fundación Oswaldo Cruz, más del 40 por cierto de los indígenas podría contagiarse con el coronavirus.

Estamos presenciando un probable genocidio que favorecería a ciertos sectores y representaría una pérdida inmensa para la humanidad y para nuestro planeta.

En una petición dirigida al gobierno brasileño, el reconocido fotógrafo Sebastiao Salgado y su esposa Lélia Wanick escribieron. “Pedimos al presidente de la República, señor Jair Bolsonaro y a los dirigentes del Congreso y de la Magistratura que adopten medidas urgentes para proteger a las poblaciones indígenas del país de este virus devastador”.

La petición contó con el apoyo de miles y miles de personas. Para toda respuesta el ente gubernamental de Brasil, Fundação Nacional do Índio (Funai), primer responsable de la concesión de tierras a los invasores de Amazonia, propuso subastar las fotos que la pareja donó a la institución.

El abuso gubernamental es tal que ni las tradiciones ni la cultura indígena les merece respeto. En los hospitales en los cuales llevan a la fuerza a los posibles contagiados no hay nadie en condición de traducir a sus idiomas lo que dicen los médicos y todo el personal. Si alguien muere se lo llevan para enterrarlo, violentando una de las creencias más arraigadas e importantes de los yanomami: el ritual que se les debe a los muertos. Un yanomami no puede ser enterrado. Su cuerpo se incinera y solo después de un tiempo y tras realizar una serie de ritos en comunidad, se despide al muerto, se supera el dolor y la vida de todos sigue adelante.

Pareciera que la Covid-19 llegó como anillo al dedo a quienes desean destruir la Amazonia para sus intereses privados. Ellos, quienes cuentan con la indiferencia, cuando no con la connivencia, del poder, se aprovechan del encierro al cual el virus está obligando a los defensores de la tierra para actuar sin obstáculo alguno.

Son muchas las organizaciones que se están activando para evitar este genocidio, sin embargo, el peligro es tan grave que debemos decir todos #StopBrazilsGenocide y #foraGarimpoforaCovid, movimiento que lidera Dario Kopenawa, hijo de Davi Kopenawa, a través de la Hutukara Asociación Yanomami.

Quizás haya llegado el momento de dejar de lado nuestros problemas más inmediatos para prestar atención a las voces que llegan de la selva. Escuchar a quien, como la joven Hamangaí, “hija de dos pueblos los terena y los pataxó hã-hã-hãe”, con gran emoción dice: “Necesitamos nuestra selva, porque es de ella que viene nuestra fuerza. Sin nuestro bosque no somos nada”.

Tampoco nosotros seremos nada si lograran destruir Amazonas y sus pueblos originarios.

@MBAFILE

6 de julio 2020

ViceVersa

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