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Mariza Bafile

El orgullo LGTBQ+ en tiempos de Covid

Mariza Bafile

Desde que el Covid-19 irrumpió en nuestras vidas, no solamente cambió la cotidianidad de todos, sino también el foco de los intereses. Obligados a vivir en la burbuja de nuestras casas, atemorizados y desconcertados por un bombardeo de informaciones que se cruzan y muchas veces se contradicen, los seres humanos tuvimos la oportunidad de reflexionar sobre la vida, la muerte, la enfermedad. Entendimos cuán importantes son la solidaridad y la lucha por objetivos comunes.

En Estados Unidos un ejemplo evidente de esta nueva toma de consciencia ha sido la respuesta contundente de la población al racismo, tras el homicidio de George Floyd. Nunca antes la consigna #BlackLivesMatter resonó en tantas bocas, sin distinción alguna, ni logró cambios tan radicales, como en estas últimas semanas.

Igual toma de consciencia pide, una vez más, la comunidad LGTBQ+ cuyos derechos en muchos países, siguen pisoteados. Aunque parezca aberrante que, hoy en día, tantas personas sigan siendo perseguidas, encarceladas y hasta condenadas a muerte, únicamente por su preferencia sexual, es una realidad mucho más común de lo que se podría suponer.

Aun en los países en los cuales la comunidad LGTBQ+ goza de los mismos derechos de los heterosexuales en los ámbitos laborales y personales, la homofobia se respira en ciertos comentarios, en los casos de bullying en los colegios y, lamentablemente, también en hechos violentos, desde el ataque de grupos a quienes salen de discotecas o locales gays hasta el homicidio. Un ejemplo doloroso: la masacre de Orlando.

Peor todavía es la situación que viven las personas trans. Discriminad@s, insultad@s, encarcelad@s, aun en las sociedades más abiertas muchas veces no pueden cambiar su nombre de nacimiento para otro que esté más acorde con su nueva identidad sexual.

El año pasado en Nueva York se celebraron los cincuenta años de Stonewall, el bar desde el cual empezó la rebelión de toda la comunidad contra los abusos policiales. Ese momento pliegue en la historia de la comunidad LGTBQ+ ocurrió gracias a la valentía de dos trans Drag Queens, Sylvia Rivera, de padre puertorriqueño y madre venezolana, y Marsha P. Johnson.

Sin embargo, los derechos de esas minorías están constantemente en peligro. Donald Trump, alentado por los sectores más reaccionarios y religiosos de su entorno, intentó repetidas veces minar los derechos de l@s trans hasta el punto de querer quitarles el derecho a la salud.

Peor aún, es la situación en otros países, tanto de América Latina y el Caribe como del resto del mundo y en particular de África y Asia.

La escalada de muchos líderes políticos ultraconservadores, el constante crecimiento de movimientos religiosos y en particular de los evangelistas, muy activos en las sociedades de las Américas, ponen en serio riesgo los derechos de la comunidad LGTBQ+.

Aunque en Nueva York miles de personas hayan participado en la manifestación organizada en respaldo de las personas trans, en todas sus acepciones, este año el Covid-19 obligó a la comunidad LGTBQ+ a festejar el “Mes del Orgullo” con eventos virtuales, mucho menos visibles para el resto de la sociedad.

Sin embargo, ni esta batalla, ni las que llevan adelante los afroamericanos, las mujeres, los inmigrantes, los indígenas, las personas con discapacidades, entre otras, pertenece únicamente a esas categorías porque todos vivimos en una misma sociedad y porque las sociedades, como bien demostró el coronavirus, están profundamente interconectadas.

Vivir en un mundo en el cual todos tengamos la garantía de ser respetados, y de contar con legislaciones que no permitan discriminaciones, es un derecho, pero también un deber que nos obliga a estar atentos, a luchar junto con aquellos que viven en situaciones difíciles, y a no permitir a los gobiernos de ningún estado, dar marchas atrás.

Junio 29, 2020

@MBAFILE

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El Presidente en su laberinto

Mariza Bafile

Photo by: Lorie Shaull ©

Perdido en su laberinto, Trump nunca estuvo tan solo. Su incapacidad de empatía, su carrera ciega hacia la reelección, en momentos tan difíciles y delicados para el pueblo norteamericano, han dejado al desnudo aspectos de su personalidad que ya nadie puede ignorar. Si su cálculo fue el de cabalgar la ola de las protestas y en particular de sus focos violentos, para presentarse como el sheriff capaz de hacerle frente a lo peor con mano dura, la equivocación fue tan aparatosa como desastrosa para su imagen.

El Pentágono, a través de voces tan respetadas e innegablemente republicanas, como el Secretario de Defensa Mark Esper, el general retirado de cuatro estrellas Jim Mattis, y el general retirado John Allen, uno de los protagonistas de las guerras en Afganistán y en Iraq, ha plantado cara al Presidente y ha dicho un rotundo “No” a su petición de mandar a los militares a la calle para dispersar las manifestaciones que estallaron en todo el país tras el lamentable, terrible homicidio de George Floyd.

Los militares dejaron claro que no conciben una guerra contra su propio pueblo. El general Mattis tuvo palabras durísimas hacia el Presidente, acusándolo de impulsar la división de la ciudadanía en lugar de buscar su unión, como le competería por la institución que representa. Mattis hizo un llamado al pueblo norteamericano pidiéndole encontrar unidad, a pesar de Trump.

Paralelamente, el ex Presidente Barack Obama hizo una intervención durante la cual, una vez más, mostró su profunda humanidad. Habló de la esperanza que suscita en él la imagen de tantos jóvenes manifestando pacíficamente para reivindicar el respeto hacia todos los seres humanos independientemente del color de su piel, de su religión, sexo, preferencias sexuales. Con los manifestantes se solidarizaron también los últimos ex Presidentes.

Conmovedor fue el discurso del reverendo Al Sharpton quien dijo: “La historia de George Floyd es la historia de todos los afroamericanos. Son 401 años que no podemos ser quienes hubiéramos deseado y soñado ser, porque ustedes nos mantienen una rodilla en el cuello”.

Las palabras de los militares, así como las de Obama, de otros políticos nacionales e internacionales, de pensadores y activistas, así como las diferentes expresiones de solidaridad que llegaron también de las mismas fuerzas de policía, son un homenaje a George Floyd y reivindican el derecho de una población herida, dolida, asustada, a manifestar su descontento y luchar para un mundo mejor.

Al mismo tiempo devolvieron a su justa dimensión los brotes violentos que han empañado la protesta pacífica. Lamentablemente si cien personas rompen una vitrina y saquean una tienda, los focos de atención quedan centrados en ellos y olvidan a los otros miles quienes están desfilando pacíficamente.

No sabemos todavía quienes están detrás de esas acciones violentas, cuáles fuerzas nacionales o internacionales podrían estar alimentando una rabia acumulada durante mucho tiempo, para empañar la legitimidad de la protesta y de la indignación. Lo único que se sabe es que no ayudan a los manifestantes y, por el contrario, contribuyen a desestabilizar la democracia norteamericana.

Desde que apareció el Covid-19 en nuestras vidas mostrándonos la fragilidad de los seres humanos, estén donde estén, pensamos que nada volvería a ser igual, que una experiencia tan traumática dejaría marcas profundas obligándonos a revisar nuestras actitudes como individuos y como sociedad. En nuestro ser albergamos la esperanza de un cambio positivo, aunque también había el temor de las consecuencias de una crisis, inevitable, frente a la cual la sociedad y los gobiernos hubieran podido reaccionar con una profundización de sus aspectos más negativos.

Ahora, tras ver a tantas personas marchar juntas, gritando los mismos slogans con igual pasión, no solamente en Estados Unidos sino en todo el mundo, estamos seguros que nada volverá a ser como antes. No solamente los jóvenes sino todas las personas que creemos en la solidaridad, en la tolerancia y en la justicia, sabremos luchar para un mundo mejor.

Nunca como ahora, en las Américas así como en Europa, los movimientos y líderes políticos que fomentan las divisiones, los nacionalismos y la desigualdad, aparecen tan absurdamente anacrónicos. Por lo contrario, se está reafirmando el valor de la democracia y la necesidad de un mundo interconectado y capaz de dar respuestas unitarias a las emergencias.

Mientras mirábamos, con conmoción, las imágenes de centenares de personas acompañando al féretro de George Floyd, en Houston, pensamos que quizás, por una vez, una muerte injusta no será vana.

@MBAFILE

Junio 8, 2020

ViceVersa

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¿Listos para la democracia?

Mariza Bafile

En consideración de los múltiples análisis y reflexiones que genera y también requiere una situación tan delicada como la que estamos viviendo, hemos decidido ceder el espacio del editorial a personalidades quienes, desde diferentes profesiones y experiencias, nos ofrecerán su visión sobre el futuro que nos espera, o quizás, más bien, el futuro que podemos construir.

La pandemia volvió pequeño el mundo y mostró, quizás más que nunca, la unicidad de los seres humanos. Sin embargo, también marcó diferencias importantes en lo que se refiere al manejo y la gestión organizativa de nuestras sociedades. Día tras día vemos cuán delgado puede ser el hilo que separa los conceptos de libertad y solidaridad, democracia y autoritarismo.

Como escribió el filósofo Yuval Noah Harari: “En este momento de crisis, nos enfrentamos a dos elecciones particularmente importantes. La primera es entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. La segunda es entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial”.

El miedo generado por una pandemia que se ha expandido en 187 países, ha infectado a 4.106.238 millones de personas y ha matado a 282.850, se está transformando en una arma poderosa en manos de gobiernos dictatoriales, autocráticos o con tendencias autoritarias. Cuando la pandemia empezaba a mostrar sus dientes afilados el filósofo italiano Giorgio Agamben alertó sobre el peligro de militarización de las vidas de las poblaciones, y, si bien en el momento en el cual escribió ese artículo para el diario Il Manifesto, a finales de febrero, no se podía apreciar en toda su dimensión devastadora la difusión del contagio del Covid-19, interceptó un problema con el cual vamos a tener que confrontarnos cuando este tiempo excepcional llegue a su fin.

Hasta el momento las medidas de confinamiento obligatorio han resultado necesarias y positivas porque como bien dijo el filósofo francés Jean-Luc Nancy: “Hay una especie de excepción viral – biológica, informática, cultural – que nos pandemiza”.

Lo que no deja de inquietarnos son los extremos a los que podría llegar ese estado de excepción tan importante para el bienestar de los pueblos. Países con gobiernos totalitarios como China están profundizando el control sobre la ciudadanía gracias a las nuevas tecnologías. En Venezuela el gobierno está aprovechando la pandemia para multiplicar la presencia militar en la calle y monopolizar la información. En Hungría el primer ministro Viktor Orban ha logrado transformar una democracia en dictadura con la anuencia de un parlamento que le permitió gobernar por decreto durante un tiempo indefinido. Para muchos otros gobiernos que estaban confrontando manifestaciones y protestas, la pandemia ha representado una tabla de salvación inesperada.

También en los países más democráticos el virus sirvió de excusa para dejar pasar leyes que en condiciones normales hubieran alimentado debates y críticas. Por ejemplo, en Estados Unidos una de las primeras medidas del Presidente Trump fue la de promover la limitación del derecho de asilo, mientras que en Israel el premier Benjamin Netanyahu permitió que el Servicio de Seguridad General usara la tecnología de vigilancia normalmente reservada a la lucha contra el terrorismo. Muchos más son los ejemplos que podríamos dar.

Sin embargo, quienes apreciamos y defendemos la democracia y la libertad, también sabemos que esas dos palabras encierran otro concepto muy importante: la responsabilidad. Responsabilidad individual y social.

Tras varias semanas de confinamiento el mundo económico pide a grandes voces un gradual regreso a la normalidad. El peligro de un colapso económico mundial es real y los gobiernos están suavizando las medidas que mantuvieron a las personas encerradas en sus respectivas casas. Muchos políticos saben que, si volviera un brote de coronavirus, como alertan médicos y científicos, las cifras de muertos se multiplicarían porque los sistemas sanitarios siguen inadecuados para enfrentarlo. Asimismo, saben que el desplome de la economía también puede causar miles de muertos.

Si la política está frente a una encrucijada de difícil solución, para los ciudadanos ha llegado el momento de demostrar que están listos para vivir en democracia.

Son miles las personas que tienen que volver al trabajo porque no pueden realizar sus oficios sentados frente a un escritorio en la comodidad de sus hogares, pero hay también muchas otras que sí pueden quedar en sus casas y evitar hacinamientos inútiles. Por respeto propio y sobre todo por respeto a quienes tienen necesariamente que trabajar en la calle, estos ciudadanos deberán aprender a auto-reglamentarse.

Si no queremos gobiernos gendarmes, si apreciamos nuestra libertad y nos oponemos a ser rastreados a través de los celulares u otros aparatos, debemos aprender a enfrentar nosotros mismos las situaciones de emergencia, entendiendo que vivimos en sociedad y que hay que tomar en cuenta el bienestar de los demás y no solamente el nuestro.

Como bien dijo el filosofo surcoreano Byung Chul-Han: “Somos nosotros, personas dotadas de razón, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.”

11 de mayo 2020

@MBAFILE

ViceVersa

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Sufrir de infancia

Mariza Bafile

No escogieron nacer. Ningún niño o niña puede tomar esa decisión. Y, sin embargo, miles y miles de ellos, conocen el sufrimiento aun antes de abrir los ojos a la vida. Pobreza, violencia, guerras, migraciones, son males que repercuten con particular dureza sobre los más pequeños.

Según el último reporte de UNICEF en el mundo 151,6 millones de niños y niñas trabajan y de ellos casi la mitad es víctima de esclavitud, prostitución, trata. Muchos son reclutados para conflictos armados.

Otros miles y miles son desplazados y conocen, a veces solos, otras junto con algún familiar, el amargo y duro camino de la emigración. Hacinados en las fronteras donde los han lanzado las olas de la violencia, el hambre, las guerras, representan el sector más vulnerable de una humanidad de por sí débil e indefensa. Todavía hoy no sabemos dónde fueron a parar centenares de niños que fueron separados de sus padres en la frontera entre México y Estados Unidos, a causa de la deshumana política migratoria del Presidente Trump. Nos preguntamos qué será de sus vidas en estos momentos, cuando la pandemia no solamente obliga a permanecer en casa, sino que agudiza violencia y pobreza.

Según datos de UNICEF la pandemia pone en peligro la vida y la salud, ya de por sí precarias, de los niños migrantes, entre los cuales hay 12,7 millones de refugiados y 1,1 millones de solicitantes de asilo. Si ya son pocos, entre ellos, los que pueden acudir a clases, se prevé que ahora ese número disminuirá ulteriormente. En muchos casos viven en situaciones de extrema precariedad y carecen de comida y agua potable.

Igual situación de peligro corren los niños quienes están detenidos en diferentes países. Muchos de ellos están presos únicamente por su situación migratoria. El hacinamiento, la falta de higiene y de una buena alimentación, en las cárceles y reformatorios en los cuales están recluidos, pueden favorecer un brote incontrolable del Covid-19. La Directora Ejecutiva de UNICEF Henrietta Fore declaró que: “los niños detenidos son también más vulnerables al abandono, al abuso y a la violencia de género, especialmente si la pandemia o las medidas de contención provocan una falta de personal o de atención”.

El Covid-19 por un lado está profundizando los peligros que corren los niños y niñas quienes ya viven en situaciones de emergencia y por el otro está aumentando las amenazas que acechan a los más pequeños en general, estén donde estén.

El confinamiento alejó de las escuelas a millones de menores quienes no tienen recursos para acceder a la enseñanza online. En los países desarrollados, son, en su mayoría, hijos de padres humildes quienes, además, tienen que salir a trabajar a pesar del peligro de contagio.

Para muchos de esos niños y niñas, no poder ir a la escuela significa también perder su única comida completa, y el acceso a la salud. Según Henrietta Fore, Directora Ejecutiva de UNICEF: “A menos que actuemos de inmediato ampliando servicios vitales para los niños más vulnerables, las devastadoras repercusiones de la COVID-19 durarán décadas”.

Otro peligro, diferente pero igualmente grave es el que asecha a los niños quienes sí tienen acceso a computadores e internet. En estos días de confinamiento los departamentos de policía que se ocupan de crímenes informáticos están alertando sobre un aumento de actividad en los círculos que comparten imágenes y videos de pornografía infantil en las redes profundas de Internet.

Algunos consiguen fotos comprometedoras de los mismos adolescentes quienes, al transcurrir mucho más tiempo en Internet, son fácil presa de personas enfermas y sin escrúpulos quienes los engatusan y convencen a mandarles esas fotos. En otros casos, los niños, niñas y adolescentes, viven en casas en las cuales los pedófilos son sus propios familiares o cuidadores. Ellos mismos los filman mientras los someten a violaciones sexuales y otras violencias y luego suben a las redes los videos.

Si bien muchos de los niños y niñas víctimas de quien produce ese material tan aberrante, viven en países pobres, son emigrantes o huérfanos de guerra, los usuarios son en gran mayoría personas que residen en las naciones más ricas, sin excepción alguna. Naciones en las cuales muchas casas son teatro de violencia contra niños y mujeres y el encierro se transforma en un drama cotidiano.

El coronavirus pareciera estar prendiendo reflectores implacables sobre las peores infamias de la humanidad. Ha desgarrado velos que tapaban miserias e injusticias, ha mostrado la fallida teoría del individualismo, ha transformado el futuro en un túnel oscuro para todos y ha vuelto más amargo el sufrimiento de quien ya sufría. El degrado moral y ético de una sociedad que consume con avidez y sin límites se está mostrando a nuestros ojos en toda su crudeza.

Sin embargo, no hay acciones más aborrecibles y despreciables de la violencia hacia los niños y niñas, seres que no pidieron de nacer y que nosotros adultos deberíamos cuidar y defender.

La palabra infancia debería estar ligada a la alegría. Para muchos solo significa sufrimiento.

@MBAFILE

Mayo 4, 2020

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La pandemia en la sombra

Mariza Bafile

El Covid-19 entró en nuestras casas con la fuerza de una tormenta. Y no solamente para infectarnos sino también para revolucionar nuestras rutinas y nuestra cotidianidad. Nos ha obligado a un encierro inimaginable hace solo pocas semanas. Si bien para la mayoría de las personas la prohibición de salir a la calle signifique un cambio en la manera de trabajar, de ocuparse de los quehaceres domésticos, de comunicar con parejas, familiares y amigos, para otros el encierro se puede transformar en un verdadero infierno.

En todos los países, sin excepción, está aumentando la violencia doméstica. Crece el número de mujeres, niñas, niños y adolescentes, quienes están expuestos a la agresividad de padres, maridos, amantes, hermanos. El encierro obligatorio, muchas veces agravado por la incertidumbre del futuro laboral, exacerba el malhumor, favorece un mayor consumo de alcohol y por lo tanto desemboca fácilmente en violencia. Como declaró a la agencia Efe la directora regional para las Américas y el Caribe de ONU Mujeres, Maria-Noel Vaeza, era previsible el aumento de la violencia hacia mujeres y niñas ante «el hecho de que el hombre no tenga acceso a fuentes de trabajo, tenga mayores frustraciones por no poder proveer para su familia, y carezca de distracciones como el deporte».

La Directora Ejecutiva de Onu Mujeres Phumzile Mlambo-Ngcuka, llamó esta realidad “la pandemia en la sombra”. Según datos de Onu Mujeres así como de las autoridades gubernamentales y las organizaciones que se dedican a ayudar a las mujeres y a los menores víctimas de violencia, las denuncias de violencia doméstica crecieron prácticamente en todo el mundo, desde Europa hasta Estados Unidos, América Latina, China, Australia. Si consideramos las cifras de quien no se atreve o no puede denunciar, entenderemos que el fenómeno tiene dimensiones aterradoras.

En su declaración la Directora Ejecutiva de Onu Mujeres Phumzile Mlambo-Ngcuka subraya: “En los últimos 12 meses, 243 millones de mujeres y niñas (de edades entre 15 y 49 años) de todo el mundo han sufrido violencia sexual o física por parte de un compañero sentimental. Y, con el avance de la pandemia del Covid-19, es probable que esta cifra crezca con múltiples efectos en el bienestar de las mujeres, su salud sexual y reproductiva, su salud mental y su capacidad de liderar la recuperación de nuestras sociedades y economías, y de participar en ella”.

Phumzile Mlambo-Ngcuka explica que la mayoría de las mujeres que sufren violencia no denuncian el delito y del 40 por ciento que se atreve a hacerlo solo el 10 por ciento acude a la policía. “Las circunstancias actuales – agregó la Directora Ejecutiva de Onu Mujeres – complican todavía más la posibilidad de denunciar, lo cual incluye las limitaciones de las mujeres y las niñas para acceder a teléfonos y líneas de atención y la alteración de servicios públicos como la policía, la justicia y los servicios sociales”.

Paralelamente Onu Mujeres alerta sobre las consecuencias que tendrá la crisis económica que parece inevitable a nivel mundial, en los sectores más vulnerables y en particular sobre las mujeres. Muchas trabajan en sectores como el turismo o la restauración, que ya están resintiendo los efectos del cierre de las ciudades y de los viajes, y muchas otras en la economía informal.

Considerando que, en los hogares, la mayoría de las mujeres se ocupa del cuidado de ancianos y niños, también es muy difícil la situación que viven quienes están obligadas a salir de sus casas para asegurar salud y bienes de primera necesidad a las poblaciones. Y no son pocas.

La Directora Ejecutiva Adjunta de ONU Mujeres Anita Bhatia dijo que: “según algunas estimaciones el 67 % de la fuerza de trabajo sanitario mundial corresponde a mujeres”.

A pesar de su esfuerzo y dedicación las mujeres están prácticamente excluidas del proceso de diseño y ejecución de la respuesta frente a la pandemia. Según Anita Bhatia esa realidad refleja la diferencia de participación entre hombres y mujeres en los órganos de toma de decisión, ya sean los gobiernos, parlamentos, gabinetes o corporaciones.

Muchos analistas, desde sus diferentes especialidades, están estudiando el momento actual para delinear la incidencia que puede llegar a tener en las sociedades e “imaginar” nuestro futuro. Hay previsiones optimistas y pesimistas, hay quien cree que este momento de pausa forzada nos ayudará a valorar más algunos aspectos de la vida como la amistad y la solidaridad, y que mejorará nuestra relación con la naturaleza y otros que prevén un recrudecimiento de sentimientos negativos como el nacionalismo, la xenofobia y el miedo al otro.

Imposible saber ahora como reaccionará la humanidad. Esperamos que acierten los optimistas, que, cuando de nuevo podremos reanudar la vida de siempre, podamos hacerlo con la consciencia de la necesidad de vivir en un mundo con una globalización más humana, más solidaria, más respetuosa del medio ambiente y de los animales.

Y esperamos que en ese nuevo contexto las mujeres logren tener el lugar que merecen, sin discriminaciones y sin violencia impune.

Abril 13, 2020

@MBAFILE

ViceVersa

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Campaña electoral con Covid19

Mariza Bafile

Al enfrentarnos con una pandemia que mata cada día a millares de personas y nos obliga a quedarnos encerrados en nuestras casas, las personas van sacando lo mejor y lo peor de sí mismas. Junto con gestos de solidaridad, conversaciones en los balcones entre vecinos antes casi desconocidos, aplausos a los sanitarios por su labor realmente heroica y canciones para desahogar angustias y llenar soledades, también hay quien decide comprar armas y proyectiles para defenderse de posibles robos o agresiones, quien profundiza su xenofobia y quien descarga su violencia sobre los más débiles.

De igual manera están reaccionando los gobiernos. Hay quien, como Viktor Orban en Hungría, aprovecha para dar un golpe de estado con la anuencia de un Parlamento que aprobó una ley que le permite gobernar con poderes excepcionales por un tiempo indeterminado, o quien, como el Premier filipino Rodrigo Duterte, da rienda suelta a su violencia ordenando a los policías y militares disparar a matar contra quienes violen la cuarentena. Pero también hay quien, como el Primer Ministro de Albania Edi Rama, a pesar de la emergencia en su propio país, decide enviar a médicos y enfermeros a Italia o quien, como el Consejo de Ministros de Portugal, aprueba una medida para regularizar a los inmigrantes en proceso de obtener su residencia, con el fin de permitirles acudir al Servicio Nacional de Salud al igual que cualquier ciudadano portugués.

Como siempre, en situaciones de emergencia, quienes más sufren son los sectores más vulnerables y con menores recursos. Entre ellos uno de los primeros lugares lo ocupan los migrantes quienes huyen del hambre y de la violencia y terminan en situaciones iguales o peores, atrapados en esas fronteras que soñaron cruzar. Atascados en los albergues que no reciben ayuda de los gobiernos y sobreviven gracias a la solidaridad de las personas, para ellos el virus Covid19 puede tener el mismo efecto letal de una bomba.

Ni el Presidente Donald Trump, cuyo mayor objetivo es su reelección, ni el Presidente de México Manuel López Obrador, quien con tal de no enemistarse con el coloso del norte sucumbe sin chistar a sus dictat, consideran una prioridad la vida y la salud de los migrantes, en su mayoría centroamericanos, obligados a vivir en condiciones infrahumanas.

La administración de la Casa Blanca más bien está aprovechando este momento de emergencia para agudizar medidas vueltas a restringir el flujo inmigratorio en Estados Unidos. Decidió así agilizar la expulsión inmediata de los inmigrantes ilegales, paralizar los trámites para las peticiones de asilo, posponer las audiencias legales y cerrar varias Cortes migratorias. Como denuncian algunas organizaciones de derechos humanos, Trump está aprovechando la emergencia para limitar los derechos de los migrantes. Un objetivo fundamental de su proyecto político.

Preocupado por el rebote negativo que puede tener la grave situación sanitaria que vive el país, la crisis económica que llegará inevitablemente y las críticas a su gestión en esta etapa de emergencia, está buscando con afán escapatorias que le permitan distraer a sus seguidores y en lo posible a ampliar su base electoral.

Nada mejor que endurecer la lucha hacia el gobierno de Venezuela para lograr ambos objetivos. Y así, tras un largo tiempo durante el cual se limitó a enfrentarse más con palabras que con hechos a la grave situación de Venezuela, de repente decidió acusar a Maduro y otros miembros de su entorno de narcotráfico, a poner una talla sobre sus cabezas y, como si esto no fuera suficiente, a desplegar barcos de guerra en el Caribe cerca de las costas venezolanas.

Ni decir que, si de verdad su objetivo fuera la guerra al narcotráfico, debería organizar una operación mucho más amplia que involucrara tanto a los países productores como a los que favorecen su tránsito y distribución.

Es verdad, el régimen de Nicolás Maduro así como antes el del Hugo Chávez, tienen la enorme responsabilidad de todos los males que están sufriendo los venezolanos, desde la pobreza que ha llegado a índices alarmantes, hasta la carencia de medicinas, la destrucción del sistema económico, educativo y sobre todo sanitario. Muchos deseamos que haya un cambio de gobierno con la esperanza de que el país poco a poco pueda volver a reconstruirse. Sin embargo, en este momento la población de Venezuela necesita ayuda y no guerra.

El Covid19 llega en un país de rodillas, y quien sufre son sus ciudadanos. No aquellos que se han enriquecido con la corrupción y el narcotráfico, ellos caerán de pies pase lo que pase, sino los que desde hace veinte años luchan para sobrevivir.

Son ellos quienes pondrán los muertos cuando les toque enfrentarse a esta nueva enfermedad. Y estarán solos, más solos que nunca.

ViceVersa

abril 6, 2020

@MBAFILE

https://www.viceversa-mag.com/campana-electoral-con-covid19/

David contra Goliat

Mariza Bafile

Es tan pequeño que puede ser detectado solamente con microscopía electrónica. Sin embargo, ya ha ganado su batalla. El David de nuestros tiempos se llama Covid19. Goliat es la humanidad entera. Como el viento arrasador de una bomba nuclear, el virus ha destruido fronteras y clases sociales. Ha puesto en evidencia la fragilidad de los seres humanos, ha sembrado el pánico y vaciado las calles. Y, sobre todo, nos ha obligado a enfrentarnos con nosotros mismos, a entender la peligrosidad del individualismo en un mundo tan interconectado. El virus nos ha transformado en sus propias armas, utilizando nuestros cuerpos para multiplicarse.

Acostumbrados como estamos a vivir en un mundo en el cual todo tiene un precio, todo se compra y las desgracias golpean con particular dureza a los pobres de la tierra, tenemos ahora que asumir una realidad que nos pone a todos en un mismo plano y nos obliga a pensar como sociedad. Más allá de las directivas y manipulaciones políticas, sabemos que el bienestar personal depende de los otros y el de los otros depende de nosotros.

Si algunas personas no hubieran viajado desde las zonas consideradas de mayor riesgo, el virus no se habría propagado con tanta velocidad. Quizás podemos entender las dudas sobre la real peligrosidad de contagio que acompañaron la aparición del virus; sin embargo, ahora sería absolutamente irresponsable actuar sin pensar en el bienestar de toda la sociedad.

El Coronavirus también puso contra la pared a políticos y gobernantes obligados a enfrentar una crisis que tiene muchas caras, desde la sanitaria hasta la económica y social.

Muchos trataron y tratan de minimizar los efectos de una enfermedad que está destapando con fría inclemencia las debilidades de sus acciones. Hasta el momento China y Corea del Sur son las naciones que han mostrado mayor eficacia en la contención del contagio.

Los países europeos temen por sus economías y están entendiendo la importancia de encarar la emergencia de manera conjunta. Quizás nunca como ahora se ha evidenciado la necesidad de una Europa unida. La sanidad pública de estos países, a pesar de la gravedad de la situación, está dando una respuesta aceptable mostrando una vez más sus aspectos positivos.

Diferente es la situación en Estados Unidos, país en el cual el Presidente, de manera irresponsable, ha tratado de minimizar los riesgos de la enfermedad y por lo tanto su contención.

Las consecuencias de esta falta de políticas inmediatas para frenar la propagación del virus no se han hecho esperar. La rápida difusión del contagio ha desnudado la fragilidad de un sistema sanitario elitista incapaz de dar una respuesta a una epidemia que la OMS ha elevado a nivel de pandemia. Los republicanos, conscientes de la necesidad de curar a los demás para evitar el contagio masivo, piden un medicare ad hoc. Es decir, solo para frenar una enfermedad que no conoce de clases sociales.

Paralelamente Donald Trump trató de minimizar sus errores cerrando las fronteras, hasta que el agravarse de la situación lo obligó a declarar la emergencia nacional. Las fronteras no solamente quedarán cerradas para los europeos, sino también para los demandantes de asilo quienes, gracias a una decisión del Tribunal Supremo, quedarán relegados en México en espera de su audiencia. Esta decisión, que pasó prácticamente desapercibida, muestra cuán peligroso puede ser, para los derechos humanos, un Tribunal Supremo mayoritariamente alineado con la política de la Casa Blanca.

Y finalmente el virus llegó también en América Latina a pesar de los esfuerzos de los gobernantes de tapar la realidad. In primis Jair Bolsonaro quien, tras negar la gravedad de un contagio masivo, ahora tiene que asumir la realidad de dos enfermos entre sus colaboradores más cercanos.

El coronavirus se suma a los múltiples problemas que enfrentan países como Chile, Colombia, Argentina y, sobre todo, Venezuela.

En esta nación, de la cual hasta el Covid19 parecía haberse apiadado, se han detectado los primeros contagios. Dejando de lado las lamentables bufonadas de Maduro, cuando surgió el primer brote de epidemia en el mundo, y a pesar de las medidas tomadas en estos días para contener los contagios, la llegada del virus a Venezuela puede tener consecuencias catastróficas. Por un lado, está una población mal alimentada y por lo tanto con las defensas bajas y por el otro un sistema sanitario que ya ahora está de rodillas por la escasez de médicos, medicinas y equipos.

En este momento el mundo pareciera estar enfrentando un solo, único problema. Sin embargo, no es así. Y no debemos permitir a los políticos de manipular el miedo generalizado para ocultar otras cuestiones que siguen pidiendo respuestas adecuadas.

La pandemia que ha paralizado el mundo y nos está obligando a detener el ritmo frenético de nuestras vidas, debería de ayudarnos a reflexionar.

Quizás sea un buen momento para entender que las fronteras, el individualismo, la búsqueda insaciable de bienes y riquezas, son un Goliat que muestra toda su fragilidad cuando se topa con un minúsculo David capaz de irrumpir, con igual fuerza destructiva, en chozas y palacios.

@MBAFILE

16 de marzo de 2020

ViceVersa

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Un 8 de marzo con esperanza

Mariza Bafile

Año tras año el 8 de marzo se ha ido transformando en un circo. Políticos de tendencias diferentes han llenado el aire de elogios y lindas palabras, han otorgado premios y reconocimientos, con la única esperanza de conquistar algún poder en un electorado importante: el de las mujeres. Al apagarse los reflectores la realidad volvía con toda su crudeza. Seguían las violaciones, los feminicidios, las luchas por derechos tan fundamentales como el aborto y la paridad laboral. Sobre todo, humillante, ofensiva, seguía la impunidad.

Este año, por primera vez, una chispa de justicia ha logrado superar barreras tan fuertes como antiguas: la del hombre y la del poder. A pesar del show que montó junto con su abogada al presentarse como un pobre viejo incapaz de moverse sin caminadora, Harvey Weinstein fue condenado por abuso sexual en primer grado y violación en tercer grado. Para las mujeres es un cambio histórico, no solamente porque el “caso Weinstein” establece un precedente para otros parecidos, sino sobre todo porque dijo al mundo que las violaciones no prescriben y a las mujeres que no es su culpa si un hombre las obliga a una práctica sexual indeseada.

Durante décadas se ha considerado “normal” el cliché de los hombres cazadores. Las mujeres, las “presas”, por el contrario, tenían que ser “femeninas”, es decir sumisas, coquetas, seductoras. Cuántas veces hemos escuchado frases del tipo: “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”, o también “en esta casa él grita, pero la que manda es ella”. Esas expresiones que encerraban la intención de alabar a la mujer en realidad la relegaban a un espacio de segundo plano, el hombre adelante, el sol, las mujeres un paso atrás, tramando para mantener el poder entre sombras. También se les enseñaba que una buena esposa cumple con el “deber” de acostarse con su esposo cada vez que él así lo desea, independientemente de su mismo deseo. Hablar de violación dentro de un matrimonio era considerado casi un oxímoron.

Tradiciones, culturas, religiones, dicen y repiten desde siempre a las mujeres que su fuerza reside en su cuerpo, en su belleza. Tienen que cuidarlo y conservarlo intacto para tener éxito y para encontrar un “buen marido”. De allí que en muchas familias a las niñas las visten como muñecas y no les cortan el pelo a pesar de la molestia que les causa cada vez que desean correr y jugar como cualquier niño. De allí que las adolescentes sueñan con implantes de seno para resultar más sexi y pertenecer al selecto club de las “populares”.

A raíz de esos estereotipos repetidos dentro y fuera de las casas, algunos hombres se han sentido autorizados a mantener una actitud sexualmente agresiva hacia las mujeres dando por descontado que “ellas dicen no con la boca, porque así tiene que ser, pero que su cuerpo grita sí”. Al mismo tiempo las mujeres se han sometido a ese mismo estereotipo convencidas que ni los estudios, ni su manera de ser y de pensar, podían labrarle un camino hacia el éxito. La única moneda realmente apreciada era su cuerpo.

Sin embargo, las violaciones, sobre todo las violaciones que nos llenan de culpa y de vergüenza, son heridas que ni el tiempo, ni el éxito, ni otros amores, logran curar. Son traumas que se viven en silencio y en soledad. Denunciar muchas veces aparecía como un camino tan inútil como doloroso ya que en la mayoría de los juicios la que terminaba sentada en el banquillo de los acusados era la víctima y casi siempre los violadores salían libres.

Todo siguió así hasta el momento en el cual una, famosa, rompió la barrera del silencio y pidió justicia. La cantante Lucía Evans fue la primera, en 2017, en atreverse a desafiar el poder desbordante del productor cinematográfico Harvey Weinstein. Su denuncia fue el huequito en el dique, ese a través del cual empieza a fluir el agua cada vez con más fuerza. Otras muchas voces, más o menos famosas, rompieron el silencio. Creció el número de las denuncias de abuso sexual o violación en contra del mismo Weinstein y de otros hombres poderosos. Nació el movimiento #MeToo, y muchas más mujeres se sumaron. Sin embargo, lograr que se hiciera justicia seguía siendo muy cuesta arriba. Las mujeres tienen que demostrar “más allá de cualquier duda razonable” que han sido víctimas de un abuso sexual. Tomando en cuenta la actitud recelosa del jurado y la dificultad de ser creídas, el movimiento #MeToo durante mucho tiempo no logró obtener los resultados legales que las mujeres deseaban.

La reciente condena de Weinstein, a pesar de haber sido exculpado de los delitos más graves, el de agresión sexual depredadora y de violación en primer grado, marca un antes y un después. No solamente crea un precedente judicial, sino que demuestra que la sociedad está cambiando, que es posible vivir en un mundo en el cual las mujeres puedan ser valoradas por su capacidad e inteligencia y puedan usar sus cuerpos para disfrute propio y no de otro, sea quien sea ese otro, su jefe, su marido o su novio.

Este es un 8 de marzo en el cual hay espacio para la esperanza.

@MBAFILE

Marzo 2, 2020

ViceVersa

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¿Cuándo podremos vivir en un mundo con: #NiUnaMenos?

Mariza Bafile

Roberto Saviano dijo una vez que una de las armas que usan las mafias contra sus detractores es el desprestigio. Denigrar, humillar, descalificar: verbos todos que han marcado y marcan la vida de miles de mujeres. Y el irrespeto se vuelve injusticia cuando, en las más altas esferas del poder, no aceptan que el asesinato de una mujer no es un asesinato cualquiera, sino un feminicidio, y que como tal debe ser sancionado.

Ningún hombre corre el riesgo de ser víctima de homicidio por el simple hecho de ser hombre. Una mujer, sí. Su identidad sexual es su gran “culpa”. Un sistema patriarcal que no conoce de diferencias sociales ni geográficas, la considera de “propiedad” de padre, hermanos, novios, esposos, amantes. Cualquier conato de rebelión puede ser causa de maltratos, violaciones y muerte. Por cada mujer que muere asesinada hay muchísimas otras que son víctimas de abusos. Es una realidad que las cifras de las estadísticas muestran con frialdad descarnada.

En América Latina se encuentran 14 de los 25 países con los índices más altos del mundo de crímenes por violencia de género, según una encuesta citada por ONU Mujeres en 2018.

En México, cada día, 10 mujeres mueren asesinadas. El año pasado se registraron 1.006 feminicidios, eso sin contar los que ocurren en estados que no consideran feminicidios los asesinatos de mujeres. Y, siempre según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), cada cuatro días la víctima es una menor. En los últimos cinco años los feminicidios contra menores han aumentado de un 96 por ciento. En la inmensa mayoría esos crímenes quedan impunes.

El país aún no se había recuperado de la indignación y dolor por la muerte de la joven Ingrid Escamilla de 25 años descuartizada por su pareja, como muestra un video en el cual el homicida confiesa sus atrocidades, cuando otro feminicidio llegó a sacudir la población. La pequeña Fátima, de tan solo 7 años, tras desaparecer a la salida del colegio, fue encontrada muerta en una bolsa de plástico. Su cuerpo desnudo mostraba señales de tortura.

Incapaz de dar una respuesta adecuada frente a la ola de protesta e indignación de la población que se volcó en las calles, Andrés Manuel López Obrador, intentó achacar el horrible crimen a la delincuencia creciente en México, al neoliberalismo etc. etc.

Al Presidente de México pareciera darle miedo llamar las cosas por su nombre y admitir que Ingrid, Fátima y otras miles de mujeres en México son víctimas de crímenes de odio, odio contra su sexualidad, odio contra sus cuerpos y mentes, odio contra su vitalidad y energía. Esos crímenes, señor Presidente, tienen un nombre: FEMINICIDIOS.

Y de nada servirá el “amor al prójimo”, como dijo a una periodista, para frenar la matanza sistemática de mujeres. Se necesita crear leyes justas, sensibilizar a los policías, ampliar las estructuras que puedan garantizar protección a las mujeres víctimas de violencia y educación, educación, educación. Hasta tanto no se combatirán los estereotipos machistas las mujeres seguirán siendo víctimas de violencia y asesinatos.

López Obrador no es el primer político, Jefe de Estado o de Gobierno, quien rehúsa la palabra feminicidio. Muchos más son aquellos que siguen humillando a las mujeres con insinuaciones machistas. Un ejemplo para todos: el del Presidente de Brasil Jair Bolsonaro quien, en estos días, ha ofendido con vulgaridad a una periodista que tiene la valentía de investigar y denunciar.

En Perú se necesitaron casi cuatro años para encontrar a los culpables de la muerte de la activista feminista Solsiret Rodríguez quien desapareció en agosto de 2016. Y fue posible únicamente por la persistente búsqueda de los padres y otras personas que lograron superar el muro de indiferencia de las autoridades y de la policía.

Las mujeres mueren por el simple hecho de ser mujer. Mueren solas, entre agonías y terror. A veces sus cuerpos y almas ya están marcados por cicatrices viejas dejadas por golpes y maltratos.

El peligro nos acecha a todas. Cualquier mujer puede ser la próxima víctima. Y entonces nos preguntamos: ¿Cuándo podremos vivir en un mundo con: #NiUnaMenos?

Photo by: luzencor ©

24 de febrero de 2020

ViceVersa

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Ruido de sables en América Latina

Mariza Bafile

La sombra amenazadora de los militares se cierne, desde siempre, sobre las democracias de América Latina y el Caribe. Sin embargo, tras destaparse el horror que perpetraron las dictaduras castrenses en la región durante los años ’70 y ’80 del siglo pasado, las democracias se fueron afianzando prácticamente en todos los países y las Fuerzas Armadas se insertaron en esas democracias asumiendo el papel que les corresponde. Muchos creímos que nunca más los pueblos volverían a escuchar ruido de sables, que nunca más lo permitirían. Mas la realidad de los últimos años desmonta cada vez más esas certezas. Muchos creímos que nunca más los pueblos volverían a escuchar ruido de sables, que nunca más lo permitirían. Mas la realidad de los últimos años desmonta cada vez más esas certezas.

El Salvador ha sido el ejemplo más reciente. El Presidente Nayib Bukele irrumpió en el Parlamento acompañado por un grupo de militares armados, con el propósito de imponer la aprobación de una ley que le permitiera acceder a un préstamo internacional. Una deliberación de la Corte Constitucional, que ordenaba al Jefe de Estado no volver a repetir una acción similar, logró evitar consecuencias más graves. Bukele subrayó que acataba la orden de la Corte, pero no la compartía.

Nayib Bukele, llegó a la presidencia del país centroamericano a los 37 años, tras una escalada meteórica. Pasó de las filas del izquierdista FMLN (Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí) a las del partido de ultraderecha GANA, (Gran Alianza por la Unidad Nacional), mostrando claramente que su única meta era y es el poder. Para lograrlo repitió los pasos que transitan muchos populistas con tendencias autocráticas: prometió luchar contra la corrupción y contra la delincuencia, amenazó a los opositores, se arrodilló frente a Trump y, al igual que este, empezó a gobernar por medio de los tweets.

Hace poco menos de un mes, los militares en Venezuela impidieron la entrada a la Asamblea Nacional de los diputados opositores, para evitar la reelección de Juan Guaidó. Saltándose todas las reglas constitucionales y tras violentar un recinto sagrado como lo es el Parlamento, en cualquier país democrático, los únicos diputados que pudieron entrar, todos pro-gobierno, juramentaron como nuevo presidente al diputado opositor disidente Luis Parra, sobre el cual pesan acusas fundadas de corrupción.

En Venezuela, desde el mismo momento en el cual llegó al poder Hugo Chávez, ex teniente coronel del Ejército, los militares han ido escalando posiciones de poder tanto político como económico. Lo han hecho cada vez más abiertamente y actualmente son el gran respaldo que apuntala el gobierno de Nicolás Maduro.

Igual posicionamiento tienen los militares en Nicaragua. Corrupción y violencia son las armas que utilizan para mantener al poder los Ortega garantizándose así su jugosa cuota de ganancias.

La historia de Venezuela, un país que, entre sus altos y bajos, había sido una referencia democrática para las otras naciones de la región, evidenció la debilidad de las democracias en América Latina. Sin embargo, su ejemplo no sirvió de monito para los demás países. Todo lo contrario. Según el último informe de Latinobarómetro, las estadísticas muestran el continuo deterioro de la confianza ciudadana en los sistemas democráticos.

A medida que las democracias se debilitan bajo el peso de la corrupción e ineptitud de algunos políticos, aumenta el poder de los populistas quienes no le tienen miedo al empleo de la fuerza militar para lograr sus objetivos.

La primera gran nación que devolvió un poder enorme, peligrosísimo, a los militares, ha sido Brasil. Y lo hizo en las urnas al votar por el ex militar Jair Bolsonaro quien está cediendo cada día más espacios a los uniformados y quien, lejos de ocultar su añoranza por la dictadura que sembró terror y ensangrentó ese país desde 1964 hasta 1985, la exalta y elogia. Indiferente al sufrimiento de quien padeció las duras consecuencias del gobierno de facto, llegó a decir que el torturador Carlos Brillante Ustra fue un “héroe nacional”.

En octubre de 2019, el presidente de Perú, Martín Vizcarra, tras ser suspendido por el Congreso, mostró una foto en la cual aparecía rodeado de las cúpulas del Ejército y de la Policía. La amenaza del mensaje era evidente.

Poco después en Ecuador Lenin Moreno, tras las protestas que surgieron a raíz de la decisión de eliminar el subsidio a los combustibles, impuso un toque de queda y trasladó el gobierno a Guayaquil.

Seguidamente en Chile el presidente Piñera respondió a la movilización popular, con otro estado de emergencia y, lo que es peor, lo hizo teniendo a su lado al general del Ejército Javier Iturriaga.

Y finalmente en Bolivia el comandante de las Fuerzas Armadas Williams Kaliman “sugirió” al presidente Evo Morales, dejar su cargo. Dos días más tarde los uniformados impusieron la banda presidencial a la presidenta interina, Jeanine Áñez Chávez, quien cuenta con el apoyo de los sectores más conservadores del país, así como de los católicos.

Es evidente que el ruido de sables se vuelve cada día más fuerte y peligroso en nuestros países y pone en evidencia la fragilidad de gobiernos electos democráticamente.

Si no recuperamos la memoria, si no luchamos para combatir los males que llevaron al debilitamiento de los gobiernos, sin saltarnos las reglas que imponen las Constituciones, si no fortalecemos las instituciones, el horror del pasado puede volver con fuerza demoledora.

Si dejamos que el tiempo diluya el sufrimiento y mitigue los miedos, de nada habrán servido la muerte y el dolor de quien dio sus vidas y su libertad para construir esas democracias que hoy muchos denigran.

@MBAFILE

Febrero 17, 2020

ViceVersa

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